Punto de Encuentro

Mesa de ilusiones

Por Antero Flores-Araoz

El título de la presente columna, no se debe a que el autor ha perdido cercanía con la realidad y que quizás los años transcurridos hayan logrado alejarlo de ella, entrar al universo naif y querer ver que el mundo que se va está lleno de ilusiones.

Pues no señor, simplemente se debe a la necesidad de llamar al realismo a las innumerables “mesas de trabajo” que se van creando casi cotidianamente, mediante resoluciones administrativas gubernamentales de diverso nivel.

Parecería ser que cada vez que existe un problema, sobre todo de carácter social y que es muy difícil de resolver por la administración del Estado, pese a que tenga o pudiese tener toda la razón, para apaciguar los ánimos de los reclamantes, se crean con bombos y platillos comisiones o mesas de trabajo.

Con esas mesas indudablemente se pueden bajar tensiones pero no necesariamente se resuelven los temas, por lo que es necesario una evaluación de aquellas, ya que si pierden prestigio y respetabilidad no servirán más para reducir los decibeles de las reclamaciones.

El mecanismo al que nos referimos no es malo, pero si es que no logra sus objetivos, nadie más querrá utilizarlo, pese a que el diálogo y la concertación, bajo cualquier modalidad que se quiera emplear, siempre es una posibilidad de solución amistosa de los conflictos.

Normalmente las mesas de trabajo a las que nos referimos tienen dos o tres patas, cuando deberían tener cuatro.  Cuando la protesta es frente al Estado, las dos patas de la mesa son los propios reclamantes y la entidad estatal que debe resolver el tema.  Cuando el diferendo es frente a particulares, las tres patas de la mesa son los mismos reclamantes, los particulares ante los cuales están enfrentados y la entidad del Estado que debe atender el asunto.

La mesa, como en algunas otras ocasiones lo hemos expresado debería tener cuatro patas y, a las tres aludidas en el párrafo anterior, habría que agregarle una cuarta, que es quien haga de facilitador del diálogo, evitando en esa forma que el Estado sea a la vez juez y parte.  El facilitador tiene por función ir acercando a las partes, acercamientos que se materializan en mutuas renuncias y concesiones, aunque por cierto sin infringir la Ley.

También a nuestro juicio y para que las mesas de trabajo no pierdan la respetabilidad deseada, es que al igual como se conoce de su formación, también se conozca de su trabajo, esfuerzos de entendimiento y resultados positivos.

Recordemos que la gente no es tonta y que percibe claramente cuando solo es utilizada para reducir fricciones, enojos y enfrentamientos.  Se le puede tontear una vez, quizás dos, pero nunca tres, por lo que no se debe abusar de un mecanismo tan valioso como es el diálogo, la conversación y concertación.

Si las mesas son de “trabajo” hay que demostrar que realmente lo fueron y que no se trataba ni de tés de tías ni tampoco de pasatiempos de zánganos.

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