Punto de Encuentro

Propiedad privada, familia y economía de mercado

La familia puede ser considerada como una institución humana fundamental. Todos admitirán que ha sido la célula principal y la unidad central de casi todas las sociedades. El escritor, poeta y filósofo Gilbert Keith Chesterton dijo que la familia es una institución anarquista. Con esto quería decir que no es necesario ningún decreto del estado para que exista. Su existencia fluye naturalmente de las realidades contenidas en la naturaleza del hombre.

Los progresistas sugieren (con mucho resentimiento) que la familia es una institución mala, afirmando que la familia no es un espacio conciliador. Pero, qué duda cabe, la familia es una institución buena precisamente porque no es un espacio conciliador. La familia es algo bueno y saludable precisamente porque contiene divergencias y variedades. Es como un pequeño reino y, como los reinos pequeños, se encuentran generalmente en un estado que se parece más a la anarquía. Los hombres y las mujeres que, por razones buenas o malas, se rebelan contra la familia, están, por razones buenas o malas, sencillamente rebelándose contra la humanidad.

No obstante, algunos sabios decadentes han lanzado un serio ataque a la familia. La han atacado, y me parece que de manera equivocada; y sus defensores la han defendido, y lo han hecho de manera equivocada. La defensa más común de la familia es que, en medio de las tensiones y cambios de la vida, resulta un sitio pacífico, cómodo y unido. Pero es posible otra defensa de la familia, y a mí me parece evidente; consiste en decir que la familia no es un espacio tan pacífico, tan cómodo, ni tan unido (G.K Chesterton).

Hoy día no está de moda contar las ventajas de la comunidad pequeña, siendo la familia la comunidad más pequeña. Hay una ventaja, sin embargo, en la pequeña comunidad (familia). El ser humano que vive en una comunidad pequeña (familia) vive en un mundo mucho más grande. Esto se da porque sabe mucho más de las variedades feroces y las divergencias inflexibles de los hombres. En una comunidad grande podemos elegir nuestros compañeros. En una comunidad pequeña nuestros compañeros nos vienen dados. Así, en todas las sociedades grandes y altamente civilizadas se forman grupos fundados sobre lo que se llama simpatía y que silencian al mundo real. Lo cierto es que no hay nada pequeño o limitado en la familia (G.K Chesterton).

Ahora, desde una perspectiva puramente económica, las familias son probablemente la forma más eficiente de organización humana. Desafortunadamente, esto casi nunca se aprecia adecuadamente, ni siquiera por los propios economistas. Esto se debe probablemente al hecho de que el rendimiento de la familia tiene muchas dimensiones, la mayoría de las cuales son difíciles o imposibles de medir, en claro contraste con el rendimiento de una empresa.

La teoría de la división del trabajo nos enseña que el trabajo especializado es más rentable que el trabajo no especializado. La condición previa más importante es que los especialistas tienen diferentes talentos. La productividad de la división del trabajo se basa en la desigualdad de los socios de intercambio. Y es exactamente por eso que la familia es tan eficiente. Los hombres y las mujeres son diferentes, y se complementan felizmente. Se complementan en sus habilidades intelectuales y físicas, en sus habilidades sociales, en sus sensibilidades espirituales y estéticas, y en sus vidas mentales. Por lo tanto, es posible que crezcan juntos en todas estas dimensiones más allá de lo que sería posible para ellos solos y por su cuenta.

Sobre la propiedad privada, esta existía dentro del marco de la casa tribal con relación a cosas tales como ropa, herramientas, instrumentos y ornamentos personales. Sin embargo, como los bienes eran el resultado de esfuerzos concertados o conjuntos, eran considerados bienes colectivos. Posiblemente esto se aplicaba mayormente a los medios de subsistencia: a los frutos recolectados y a los animales cazados (Sin duda la propiedad colectiva desempeñó, en ese entonces, un papel prominente en las sociedades de cazadores‐recolectores, y es debido a esto que, el término “comunismo primitivo” se ha empleado con frecuencia para describir economías primitivas, tribales: cada individuo contribuía a la “renta” hogareña según sus capacidades, y cada uno recibía de la renta colectiva según sus necesidades).

Presionados por el descenso en el estándar de vida como resultado de la superpoblación absoluta, los miembros de la tribu sucesivamente (por separado o colectivamente) se apropiaron, cada vez más, de naturaleza (tierra) no‐poseída previamente. Esta apropiación de la tierra tenía un efecto doble. Primero, se producían más bienes y por consiguiente se podían satisfacer más necesidades. Entonces, el motivo real detrás de la apropiación de las tierras, es que la tierra tenía una cierta conexión causal con la satisfacción de necesidades humanas y podía ser controlada. Controlando la tierra, el hombre empezaba a producir bienes en vez de simplemente consumirlos (el producir bienes también implicaba ahorrar y almacenar bienes para consumir posteriormente). En segundo lugar, la mayor productividad alcanzada al economizar tierra, hizo posible que un mayor número de personas pudiera sobrevivir en una extensión dada de tierra.

La institución de una relación entre hombres y mujeres, estable y monogámica que hoy en día se asocia con el término familia, es bastante reciente en la historia de la humanidad y estuvo precedida de una institución que podría definirse, en términos amplios, como  relación sexual “no restringida” o “no regulada” o como “matrimonio en grupo” (también conocido como “amor libre”). En principio consideraban a cada mujer un socio sexual potencial de cada hombre, y viceversa. En palabras de Friedrich Engels: Los “hombres vivían en poligamia y sus mujeres simultáneamente en poliandria, y consideraban a sus hijos como pertenecientes a todos. Cada mujer pertenecía a todo hombre y cada hombre a toda mujer.”

Lo que Engels y muchos socialistas posteriores no notaron de la institución del amor libre, es el hecho que esta institución tenía un efecto directo sobre la producción de descendientes. Como señala Ludwig von Mises: “es cierto que, aún si una comunidad socialista pudiese establecer el “amor libre”, no podría de ninguna manera establecer el nacimiento gratuito”. Lo que implicaba con esta observación es que el amor libre tenía consecuencias, a saber embarazos y nacimientos, y que los nacimientos implicaban ventajas así como también costos. Esto no importaría mientras las ventajas excediesen los costos, por ejemplo, mientras un miembro adicional de la sociedad agregase más a ella como productor de bienes que lo que sacase de ella como consumidor ‐ y esto pudo muy bien haber sido el caso durante algún tiempo. Pero según la ley de rendimientos esta situación no podía durar para siempre. Inevitablemente, se debía llegar al punto en que los costos del descendiente adicional excedían sus ventajas.

La tierra se convierte en propiedad una vez que los recolectores-cazadores deciden no controlar la manada de caza y se dedican en vez de eso, a la cría de animales, es decir, una vez que tratan la tierra como un medio (escaso) de intervenir el movimiento de los animales mediante el control de la tierra. Esto requeriría confinar la tierra de alguna manera, cercándola o construyendo algunos otros obstáculos que restringieran el flujo libre, natural, de los animales. La tierra se convierte en un genuino factor de producción. Estas consideraciones demuestran que es erróneo pensar que la tierra era propiedad (colectivamente poseída) de las sociedades de cazadores‐recolectores.

Los cazadores no manejaban manadas y no estaban dedicados a la cría de animales; y los recolectores no eran jardineros ni agricultores. No ejercitaban control sobre la fauna y flora tomadas de la naturaleza, atendiéndolas o preparándolas. Simplemente arrancaban pedazos de la naturaleza. La tierra no era más que una condición de sus actividades, no su propiedad. Se ha estimado que con la apropiación de la tierra y el cambio correspondiente en su existencia, al pasar de cazador‐recolector a agricultor‐jardinero y criador de animales, se pudo mantener, en la misma cantidad de tierra, un tamaño de población entre diez y cien veces mayor que antes.

Desde un punto de vista puramente económico, entonces, la solución al problema de la superpoblación debía ser de inmediato evidente. La propiedad de los niños, o más correctamente, el confiarlos al cuidado por encargo, tenía que ser privatizada. Más que considerar a los niños como posesión colectiva, o confiados al cuidado por encargo a la “sociedad”, o ver los nacimientos como un evento natural incontrolado o incontrolable y en tal caso considerar a los niños como posesión, o encargo, de nadie, los niños tenían que ser considerados como entes producidos privadamente y confiados al cuidado privado. Finalmente, con la formación de familias monógamas vino otra innovación decisiva.

El cambio se puede describir como pasar de una situación donde ambas, las ventajas de tener hijos ‐ creando un productor potencial adicional ‐ y especialmente sus costos – al crear un consumidor adicional (alguien a quien alimentar) ‐ fueron socializados, es decir, cosechados y pagados por toda la sociedad más bien que por los “productores” del nuevo vástago, hasta llegar a una situación donde ambos, las ventajas así como también los costos que implicaba la procreación, fueron internalizados por, y de nuevo imputados económicamente a, aquellos individuos causalmente responsables de los hijos, los padres biológicos.

Anteriormente, los miembros la tribu formaban un sólo domicilio unificado, y la división del trabajo intra‐tribal era esencialmente una división de trabajo al interior de tal domicilio. Con la formación de familias vino la separación de este domicilio unificado en varias moradas independientes y con ella también la formación de propiedades “separadas” – o privadas ‐ de la tierra. Así, en respuesta a la presión creciente del aumento poblacional había llegado a su existencia un nuevo modo de organización social, desplazando la forma de vida del cazador‐recolector, que había sido característica en la mayor parte de la historia humana.

Ludwig von Mises resume el tema así: La “propiedad privada en los medios de producción es el principio regulador que, dentro de la sociedad, balancea los medios limitados de subsistencia a disposición de dicha sociedad, con la menos limitada capacidad de aumentar el número de consumidores. Al hacer que la parte del producto social correspondiente a cada miembro de la sociedad dependa del producto económicamente imputado a él, es decir, de su trabajo y su propiedad, la eliminación de los seres humanos sobrantes en la lucha por la existencia, que se ensaña en los reinos vegetal y animal, sea substituida por una reducción en la natalidad como resultado de fuerzas sociales. El ‘freno moral`, las limitaciones impuestas por posiciones sociales sobre la natalidad, substituye la lucha por la existencia.”

Ludwig von Mises en su magistral obra Socialismo, publicada en 1922 abordó la familia y el matrimonio en un libro de economía que refutaba el socialismo. Él comprendió -a diferencia de muchos economistas hoy en día- que los opositores de la sociedad libre y voluntaria tienen un gran proyecto que por lo general comienza con un ataque a esta institución (la familia) que es la más crucial en cualquier sociedad. “Propuestas para transformar las relaciones entre sexos tienen muchas similitudes con los planes para la socialización de los medios de producción”, dice Mises. “El matrimonio debe desaparecer junto con la propiedad privada… El socialismo no sólo promete bienestar -riqueza para todos-, sino también la felicidad universal en el amor.”

Los socialistas proponen un mundo en el que no habría impedimentos sociales al ilimitado placer personal, siendo la familia y la monogamia los primeros obstáculos a ser derrumbados. No hay posibilidad para que este plan funcione: “el programa socialista para el amor libre es tan imposible como el programa para la economía. Ambos van en contra de las limitaciones inherentes en el mundo real”. La familia, así como la estructura de la economía de mercado, no es un producto de las políticas; es un producto de la asociación voluntaria, necesaria por las realidades biológicas y sociales. La economía de mercado refuerza el matrimonio y la familia, ya que es un sistema que depende del consentimiento y el voluntariado en todas las relaciones sociales. La familia y la economía de mercado comparten fundamentos éticos e institucionales. Cuando se trata de abolir estas bases, los socialistas quieren reemplazar una sociedad basada en contratos por una basada en la violencia. El resultado sería el colapso social total.

La idea de la emancipación de la necesidad de trabajar (y de ahorrar e invertir) y de la emancipación de nuestra naturaleza sexual proviene del mismo impulso ideológico: superar las realidades de la naturaleza establecidas. Como resultado de ello, la familia sufre -tal como Mises predijo que sucedería. Mientras que los defensores de la familia y los defensores de la economía de mercado deberían estar unidos en un único programa destinado a aplastar al Estado intervencionista, por lo general no lo están. Los defensores de la familia, incluso los conservadores, a menudo condenan a la economía de mercado, mientras defienden políticas irreflexivas como monopolios, programas sociales, y programas de de salarios mínimos.

Esta separación es perjudicial. “No es casualidad que la propuesta para tratar a hombres y mujeres radicalmente iguales, de tener al Estado regulando las relaciones sexuales, de colocar a niños en escuelas públicas y asegurar que los niños y los padres permanecen casi desconocidos entre sí, tenga su origen en Platón”, a quién le importaba muy poco la libertad. Tampoco es casualidad que estas mismas propuestas hoy en día estén en manos de personas que no tienen la más mínima consideración por la familia y por las leyes económicas.

Bibliografía:

 

Rockwell, Llewellyn H. "Mises on the Family." The Free Market 16, no. 6 (June 1998).

Llewellyn H. Rockwell Jr.      Traducido por Josep Purroy.

 

La Aventura de la Familia (1905)                

 G.K. Chesterton 

El socialismo (1922)
Análisis económico y sociológico

Von Mises, Ludwig

https://www.mises.org.es/wp-content/uploads/2018/04/socialismo-de-ludwig-von-mises.pdf

 

SOBRE EL ORIGEN DE LA PROPIEDAD Y LA FAMILIA (2007)

Hans‐Hermann Hoppe

 

Cómo el Estado destruye a las familias (2020)

Jörg Guido Hülsmann

 

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