Las protestas sociales y la creciente politización de los movimientos sociales a nivel nacional han marcado la gestión del Presidente Ollanta Humala desde el primer año de gobierno. Primero fuimos testigos de la paralización del Proyecto Conga (Cajamarca), para luego, cuatro años después de este suceso, volver a presenciar el mismo panorama para el caso del Proyecto Tía María (Arequipa). Pero más allá de señalar a los responsables políticos en ambas crisis, resulta necesario exponer algunas ideas en torno a este fenómeno, pues ninguno de los gobiernos democráticos elegidos luego de la caída de la dictadura, ha sabido comprender los factores que explican la protesta social en democracia.
Al parecer, existe un sector de la sociedad que mantiene una percepción equivocada en torno a esta problemática. Este sector cree que los movimientos y la protesta social son resultado de procesos de atomización social, alienación o frustración. Esta percepción en la actualidad se encuentra en franco retroceso, pues en muchos casos, sino en la mayoría, estos movimientos están conformados por personas racionales y socialmente activas que estando bien integradas en su comunidad buscan defender sus intereses por canales diferentes a los que las institucionales oficiales reconocen (Parlamento, partidos políticos y otras), tal y como lo ha señalado el BID.
Estamos seguros que algunos lectores rebatirán lo señalado por el BID afirmando que eso no es cierto, que es pura teoría y que lo que en realidad sucede es que la calle ha caído en manos de grupos extremistas que imbuidos de la prédica comunista buscan réditos políticos avivando las contradicciones existentes. No podemos negar que toda protesta social registra la presencia de oportunistas que haciendo disturbios buscan un protagonismo que de otra manera no conseguirían. Pero cometemos un error si creemos que la explicación de este fenómeno se reduce a la presencia de estos azuzadores a los que algunos llaman torpemente “terroristas ambientalistas/antimineros”, ya que si la calle se mueve es porque la población siente un descontento históricamente insatisfecho, que es capitalizado por los extremistas.
¿Por qué se da este fenómeno?
En primer lugar, porque nuestra joven democracia no ha sido capaz de dar atención a las necesidades sociales de la población, transparentar el manejo de la cosa pública, luchar frontalmente contra la corrupción y evitar la captura del Estado por los intereses particulares de los grupos de poder fáctico.
En segundo lugar, porque si bien el modelo económico adoptado genera importantes ingresos económicos al país, la administración de los mismos por parte del Estado, no ha sido capaz de garantizar servicios públicos de calidad (educación, salud, justicia, y saneamiento) a la población menos favorecida (rural y urbano marginal, principalmente). En otras palabras, la democracia no ha cumplido con las expectativas que en su momento generó entre los más necesitados.
En tercer lugar, porque luego de 194 años de república, nuestro país no ha sido capaz de construir un proyecto nacional compartido. Los políticos no han tenido la capacidad suficiente para proponerle al país (sobre todo a los más pobres) una visión de futuro colectivo en donde todos los ciudadanos se sientan iguales en derechos y obligaciones. Mientras subsista en nuestra patria el sentimiento de muchos peruanos que ven a diario cómo la ley no se aplica igual para todos, la justicia solo llega para quienes tienen influencias o los beneficios del crecimiento se concentran en una minoría, será muy difícil abrazar la idea de un Perú realmente inclusivo.
Ahora bien, frente a la protesta y a la movilización social, muchos recuerdan con nostalgia los años de autoritarismo, afirmando que prefieren el orden a la libertad, señalando que nadie protestaba en aquel tiempo y que todo era calma y tranquilidad. Esa percepción es absolutamente equivocada, el autoritarismo de los noventa usó la violencia para acallar las voces disidentes y arremetió contra los que se atrevían a disentir con el poder. No caigamos en ese juego, reconozcamos las ventajas de ser libres, y al mismo tiempo, asumamos la tarea de construir en democracia un país más libre, justo y solidario para “todos”.