No soy madre, nunca lo he querido ser, aún a mis 32 años no hay nada sobre la idea de ser mamá que me atraiga. Siempre fui así, no lo digo por moda ni pose; desde chica cuando jugaba con mis muñecas (las pocas que tuve) jamás las imaginaba teniendo bebés, pero sí siendo millonarias y hermosas… “¿Superficial?” Sí, ya me han llamado así muchas veces.
El tema de ser mamá siempre ha sido un constante cuestionamiento en mi vida, siempre he creído que es un trabajo y una responsabilidad de la que uno nunca se puede desligar y eso me aterra. Tal vez sea ese el motivo por el que me da mucho miedo engendrar una pequeña Patty. El hecho de tener algo perpetuo, algo a lo que no puedes decirle “¡Basta se acabó!” Y dejarlo ir. Ser madre dura siempre, es una de esas cosas que desde mi “superficial” punto de vista es imposible huir. Y las cosas perennes me escarapelan la piel, lo eterno me resulta un castigo.
Sin embargo, y aunque parezca algo totalmente contradictorio a todo mi discursito de líneas arriba, siempre he pensado que, uno puede ser mal hijo, mal amigo, mal hermano, mal esposo, mal amante, mal abuelo, pero jamás, jamás se puede ser: mal padre. Creo que hasta es algo antinatural ¿Cómo se podría no querer algo propio? Ser mal padre es como negarse a uno mismo, como maldecir tu propio ser.
Entonces mi problema con la maternidad pasa de un temor a perder mi autonomía a el miedo de no cubrir esa vara tan alta que han dejado mis propios padres. Uno de los pocos matrimonios (existentes) que en pocos meses van a cumplir 50 años de casados. ¿Cómo se logra eso? ¿Cuál es el secreto del éxito para mantener una familia unida por 50 años? No lo sé, tal vez sea tiempo de hablar más con papi y mami; que me den unos cuantos consejos y luego develarles el secreto mejor guardado de la familia ‘Santos Lopez’.
Habiendo dado mi amplia introducción de qué pienso sobre el hecho de ser mamá, quiero pasar a compartir con ustedes algo que en estas semanas y por mis últimos acontecimientos personales, me ha estado rondando la cabeza: EL SINDROME DE “MI HIJO ES INOCENTE”.
Hace pocas horas antes de coger la laptop, escuchaba como una madre defendía a su hijo sin saber el trasfondo de una situación marital. Añadiendo la decepción que sentía y lo mal que se portaban algunas mujeres que dejan a sus esposos; aún sin saber, las tantas veces que esos esposos han faltado al matrimonio. Pero siguió ella, siempre protegiendo a su sangre, aún sin escuchar a la otra parte. Su hijo era siempre el abandonado, el inocente: “LA VISTIMA”. Fue en ese momento que recordé algunas situaciones que viví de adolescente en donde la protegida y “la víctima” fui yo. Mi empatía se activó cuando escuchaba a esa fuerte madre defendiendo a su hijo (intentaba ponerme en su lugar y entenderla), pero sobre todo se activaron mis recuerdos, esas memorias donde mi madre me defendió en muchas oportunidades incluso en aquellas en donde yo era la culpable, pero ella no lo aceptaba o no lo sabía. Para las mamás (no todas, pero sí la mayoría) sus hijos siempre son inocentes. Si el hijo o hija empieza a beber es culpa de los amigos, si el hijo saca malas calificaciones es culpa de la novia, si la hija empieza a querer ser sexy seguramente es culpa de su más reciente amiga “esa la que es la mala influencia”, si el hijo está diciendo mentiras seguro es porque tiene alguna enfermedad o efecto de sus convulsiones que lo hacen delirar. Pero lo que nunca, nunca piensan es que el hijo podría simplemente ser: malo.
Analizándolo detenidamente creo que el sentido de protección en una mamá debe ser mucho más fuerte que el de mil Avengers juntos. La idea de cuidar a un ser que nació de uno mismo, las lleva al límite de nublarse y no discernir. Es tan loco, pero a la vez es maravilloso. ¿Cuánto amor y adrenalina puede generar el amor por un hijo? ¿Qué poder te brinda la maternidad? Preguntas que no serán respondidas porque precisamente no hay reglas generales sobre eso. La maternidad es mágica, aunque gente como yo la repele; es bella, aunque cubra hijos delincuentes y es admirable, aunque no la he vivido.
Como dije en alguna otra columna que antes escribí “Jamás debemos juzgar algo que no hemos vivido”, y aunque esto pareciera una crítica, no es más que un bello regalo a todas aquellas madres que siempre lo dan todo por sus inocentes hijos. Quizá hoy no las entienda, pero cuando sea madre tal vez lo haré.