Punto de Encuentro

La izquierda exquisita

Tom Wolfe, uno de los padres del nuevo periodismo y notable cronista de la vida social y cultural norteamericana, narraba en el libro “La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques”, una célebre reunión entre la élite social neoyorquina con los Panteras Negras. El director de orquesta Leonard Bernstein invitó a los Panteras Negras, para entenderles y apoyar su causa. Seguramente, ese gesto era muy chic para la progresia estadounidense.

Sostenía Aristóteles que la felicidad es lo que busca todo hombre. La superación de la sociedad clásica (de orígenes griegos y cristianos), en la cual las formas de lograr este objetivo trascendente eran la vida contemplativa, la vida teórica o la vida política; dio paso a la sociedad postmoderna donde la felicidad se entiende como el “vivir cómodamente”.

En Perú calificamos de actitudes o comportamientos “caviares” a la hemiplejia moral e ideológica de algunos supuestos luchadores sociales que les gusta mezclar la emoción de sentirse parte de la revolución con el glamour de asumir una posición progresista. Porque es bacán, es chévere, es estar en onda usar el polito con la imagen del asesino Che Guevara y fumarse unos gitanes como Cortázar. O, para poner un ejemplo más vernacular, la rojimia Mocha García Naranjo, la misma que se pasea por todos los foros de la izquierda bolivariana latinoamericana, quien compro nada menos que un Maserati cuando era embajadora en Uruguay, vehículo que luego ingresó al Perú sin pagar impuestos. 

Y aquí esta el pecado original de los caviares: su buen vivir lo quieren financiar con el dinero del Estado. Nada podríamos objetar a un empresario con sensibilidad social, finalmente lo que hace con su dinero es problema suyo. Pero llenarse la boca pidiendo “asamblea constituyente”, “nacionalización de nuestras riquezas”, etc., es un retorica que tiene forma de Caballo de Troya. Los buenos deseos se confunden con la imperiosa necesidad de la mamadera estatal.

Otro detalle sobre la izquierda “caviar” es su supuesta superioridad moral. Ellos encarnan “la vanguardia moral” en la caótica sociedad peruana. Su seudorefinamiento, su visión intercultural del mundo, el respeto a la “diferencia” y a las “identidades” marca su visión del mundo. En realidad, todo ello solo evidencia complejos y resentimientos que quieren solucionar superando su estatus de cholos tercermundistas.

A la izquierda exquisita siempre le gusto “el buen vivir”: desde tierras peruanas, un europeizado Mariategui, por ejemplo, no supo generar un diálogo con los sectores populares presentes en las Universidades Populares González Prada (a pesar de los esfuerzos de Haya, hecho que ocultan interesadamente los comunistas criollos). O un Regis Debray y la divine gauche, pasando por la Barcelona en los estertores del franquismo, hasta Fidel Castro con sus Rolex (a falta de uno, usaba varios al mismo tiempo). El sueño erótico de nuestros caviares contemporáneos es hacer la revolución desde un cómodo sillón, planificando la infiltración estratégica en el estado y la captura del poder, todo ello tomando un capuchino en el Starbucks del óvalo de la Universidad de Lima, tecleando elegantemente sus iPhone, y todo ello sin notar la contradicción.

Paréntesis: no todos los compañeros de la izquierda democrática responden a esta esquizofrenia política. Muchos pudieron armonizar su compromiso social con una vida austera, sin lujos solventados por el Estado: el mismo Marx, casi un indigente, Haya de la Torre quien murió con dignidad y sin riquezas, Walter Benjamin. En Perú, como olvidar a Alfonso Barrantes, quien recorría Lima en su destartalado “escarabajo”.

Algunos creen que la revolución puede vivirse con glamour, como Daniel Ortega luciendo sus Ray-Ban, con un puro en la boca, o Pablo Iglesias tomando el sol del verano madrileño en la piscina de su flamante residencia, todas estas postales que nos hace recordar que la incoherencia no tiene límites. 

Nadie les prohíbe que “vivan bien”. Lo único que la población reclama es que “vivan bien con la suya”, no con los recursos públicos, no con las “consultorías” o el nombramiento de “comisiones”. Cuidado con los caviares, pueden estar más cerca de lo que se pueden imaginar.

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