Un sistema político balcanizado en micro mafias de aventureros, un monopolio de medios de comunicación quebrado y financiado por el Estado, una supuesta lucha anticorrupción que no tiene un solo acusado después de años de investigación y evidencias “como cancha”, una academia que nos distrae con pájaros fruteros.
Respuesta a Alberto Vergara.
El 12 de noviembre Alberto Vergara -uno de los principales nuevos intelectuales peruanos- publicó un artículo en el New York Times sobre la grave crisis de gobernabilidad por la que estamos atravesando los peruanos[1]. Mientras escribimos el presente artículo, es muy probable que tengamos un cuarto proceso de vacancia y un cuarto Presidente en tres años. Macondiano.
Vergara describe correctamente los síntomas del actual sistema político peruano: transfuguismo impúdico constante (la mayoría de los actuales políticos cambian de camiseta política cada 3 ó 5 años y van de un bando a otro, de izquierda a derecha o viceversa, sin pudor alguno), lealtades a subasta (hay un dueño de universidades que –por ejemplo- compra candidatos como si fueran electrodomésticos), políticos tradicionales con mentalidad cortoplacista, conglomerados de arribistas montados sobre pseudo organizaciones políticas. Como dice Vergara, como resultado tenemos elecciones impredecibles y son lo más parecido a una tómbola que a un acto ciudadano.
En el campo de la política peruana actual, básicamente todo está podrido. En términos generales, si la política es la búsqueda y ejercicio del poder dentro de reglas normativas y culturales democráticas para realizar un buen gobierno, en el Perú es exactamente lo contrario: es el rompimiento de las instituciones políticas como de las normas culturales democráticas, y es la desesperada y tumultuosa búsqueda de llegar al gobierno para saquear al Estado y a la sociedad.
Vivimos en el reino de la antipolítica.
Pero no se llega a una situación comatosa de la noche a la mañana y por generación espontánea. Los actores de reparto que vemos –por ejemplo muchos de los impresentables congresistas recientemente elegidos- son solo los pasajeros transitorios de la destartalada combi de la anti política peruana. En 6 meses, tendremos otros nuevos pasajeros muy probablemente con mayores insignificancias y falta de escrúpulos. Entonces, ¿cuáles son los intereses detrás? ¿quiénes son los ocultos titiriteros que ganan con esta debacle moral, institucional y social?
El relato distractor
Vergara hace un repaso acertado en la descripción del fenómeno, pero sesgado al señalar los responsables, y con ello reitera un problema serio: en el Perú, los relatos del monopolio de la academia y medios de comunicación están sobre politizados en la peor acepción del término. Hay poca objetividad y la ciudadanía y sociedad es mal informada o desinformada.
Para Michael Foucault “El intelectual decía la verdad a los que todavía no la veían y en nombre de los que no podían decirla: conciencia y elocuencia” [2] Es decir, la función crítica del intelectual es mostrar lo que no se ve, develar lo que está oculto y verbalizarlo para que socialmente se construya conciencia de ello.
En el Perú es al revés. La intelectualidad produce post verdades. No devela, oculta. A pesar que las evidencias son de tamaño escalofriante, ese es el inmenso agujero negro académico del relato de Vergara: la ausencia de los intereses y actores que forman la estructura de poder de la mega corrupción en el Perú, y que son los que explican la actual crisis de gobernabilidad.
Cada vez que es necesario, nuestra querida academia –con Vergara a la cabeza- saca un conejo de 2do orden de la chistera para ponerlo sobre la mesa. Por ejemplo, en el artículo que comentamos, reducir toda la crisis de gobernabilidad del Perú, el cierre del anterior congreso y los tres procesos de vacancia a los conflictos de interés de universidades de segunda e incluso de tercera categoría, no sólo es exagerado sino deliberadamente distractor.
Para Vergara no existe el inmenso monopolio de medios de comunicación vinculados al “Club de la Construcción” financiados hasta el delito con presupuesto público; menos que Odebrecht y las mismas constructoras peruanas ligeras en sobornar funcionarios sigan contratando con el Estado sin pagar una multa; o que la Fiscalía anticorrupción, endiosada hasta el delirio, hasta ahora –tras varios años de supuestas investigaciones- no haya acusado a ningún responsable. Para decirlo pedagógicamente de manera comparativa: se imaginan que en el gobierno de Trump se financie los presupuestos de TV y prensa, que Odebrecht siga contratando con el Estado americano, y que ningún funcionario del gobierno americano que esté implicado en hechos de corrupción sea acusado?
Varios elefantes están rompiendo la cristalería, pero Vergara señala convenientemente sólo a las moscas distractivas del congreso.
Finalmente, las delirantes normas burocratizantes que abrieron las puertas a los conglomerados de arribistas, fueron propuestas, sustanciadas y defendidas por esa misma academia, cuyas capacidades tecnocráticas son cuestionables.
No son inocentes.
Tomando el título del artículo de Vergara, la democracia en peruana agoniza, y sus intelectuales también.
[1] https://www.nytimes.com/es/2020/11/12/espanol/opinion/peru-vizcarra-vacancia.html
[2] (Foucault [1972] 1988:9)