Me reuní con un escritor que acaba de publicar su primer libro, recibí sabios consejos de cómo poder iniciar mi vida en la literatura - el sueño de mi vida y a la vez la cosa que más he dilatado - Hablamos horas de las vías que existen para poder tener un libro publicado en Perú, los pasos a seguir e intercambiamos la visión que cada uno tiene para con su arte. Una de las cosas en las que coincidimos fue en el miedo que se tiene antes de lanzar un libro ¿Por qué le da tanto miedo a algunas personas enseñarle al mundo el talento que tienen? Le pasó a él y me pasa a mí, me sentí comprendida por alguien que tuvo el mismo bloqueo, pero sobre todo motivada ya que él lo había superado. Gian Carlo, además de ser escritor es Hipnoterapeuta y Canalizador por lo que nuestra charla además de productiva resultó ser un proceso de sanación que necesitaba hacer antes de mi onomástico y de entre las muchas cosas que conversamos hubo una que jamás había pasado por mi cabeza. Le comenté que el 09 de agosto sería mi cumpleaños y que iba a cumplir 31 años a lo que él respondió con un rotundo: ¡NO!
“En realidad no vas a cumplir 31, de hecho tu año 31 culmina este 09 de agosto, al día siguiente inicia el primer día de tu año 32” había estado 3 décadas contando mal mis años de vida, era tan obvio y aun así pasó desapercibido. Muchas veces las cosas están en nuestras narices, pero tenemos una capacidad absurdamente grande para no verlas cuando se encuentran más cerca; es muy parecido al peligro que corren nuestras vida con el coronavirus - es casi lo mismo - no le tenemos miedo a pesar de que tenemos toda la información y sólo lo asimilamos cuando aparece el primer caso en la familia. La muerte está más cerca, pero elegimos no verla ¿Es muy difícil aprender de la experiencia ajena?
Desde que inició la pandemia la realidad de los cumpleaños ha ido variando de a poquitos, los que cumplían después del 16 de marzo y tenían planes, anunciaron el aplazamiento de sus celebraciones para el siguientes mes, los de abril se burlaban de ellos, pero les tocó lo mismo; luego se repitió la misma historia entre los de mayo y junio hasta que finalmente ya todos estamos aceptando un cumpleaños sin celebración, sin reunión familiar, pero con salud.
¿Pero por qué sigo viendo gente tan irresponsable celebrando sus cumpleaños en reuniones con más de 10 personas? y peor aun celebrando cumpleaños de sus pequeños hijos ¿Es de vital importancia soplar las velitas en tu torta redonda con mucha gente? ¿Será tan malo estar en un cumpleaños solo? Las respuestas a la estupidez pueden ser infinitas, no obstante mucho antes del Covid yo ya había comprobado las delicias de la soledad en tu fecha de nacimiento, les cuento un poco las crónicas de unos cumpleaños poco felices…
Desde pequeña supe que algo no andaba bien con mis cumpleaños, empezando porque Agosto es un mes feo donde hace mucho frío y el frio me paraliza tanto que me cuesta demasiado despegarme de mis sabanas. Los primeros días del mes eran fechas donde mi padre todavía no cobraba su pensión de la Marina y por lo general siempre estábamos pasando etapas de austeridad para poder llegar bien a quincena. Llueve; casi siempre la llueve en mi cumple, la lluvia me ha visitado más que los regalos, definitivamente. En mi cumple numero 9 recuerdo que me organizaron una fiesta muy linda, había muchos bocaditos (como nunca antes), tres torta, hermosa decoración, pero media hora antes de empezar la fiesta tuvieron que arreglar de emergencia la cañería de mi casa, todo se inundó, casi se cancela la fiesta si no hubiese sido por una vecina tan linda como lo fue la Señora María quien nos prestó su sala para seguir con los planes, fue lindo, pero no era mi casa, no fue como lo añoraba. A los 10 años recibí las 12 con una súper discusión entre mis padres, tal vez fue el menos prometedor de los cumples, pero por lo menos sí hubo torta. El de los 11 años fue sin pastel y con más ganas de dormir que otros años, sin embargo, no hubo ninguno que me marcara tanto como mi cumpleaños número 13, todavía creo que un día antes de ese cumpleaños mi niñez todavía seguía intacta. Yo era muy fan de LIBIDO (literal estaba obsesionada con ellos) mi único sueño en la vida era verlos en vivo con mi mejor amiga de la secundaria Yulyana, y el universo me escuchó por primera vez, todo se había alineado para que mi cumpleaños sea simplemente PERFECTO. Habían anunciado por la radio un concierto gratuito el mismo día de mi cumpleaños, yo era pequeña y obviamente no podía ir sola ¿Qué más le podía pedir a la vida una niña de 13 años al mundo? En ese momento de mi vida el significado de “lo máximo” era ir a ese concierto. Recibí la promesa de que sí me llevarían y fui gloriosamente feliz. Me pasé días, semanas, minutos, segundos, soñando en el mejor día de mi vida, me compré un polo de mi banda favorita con mis pocos ahorros, soñaba e imaginaba despierta como sería mi primer concierto, no hablaba de otra cosa que no sea ese día esperado. El día llegó, tenía todo listo y por temas familiares que a los 13 años no podía comprender ya se había tomado la decisión de que no me llevarían, solo que no tenían la valentía de decírmelo. Las horas pasaban y yo estaba en la sala lista, usando mi polo nuevo, peinada y sentada; meciendo mis piernas en señal de espera viendo a todos caminar de un lado a otro, mientras yo seguía poniendo mi cara de niña buena esperando que me digan ¡Ya, vamos!, pero eso nunca pasó; los minutos se hicieron agonizantes, largos y eternos. La niña que era se quedó siempre esperando y murió ese día sentada esperando por una promesa jamás cumplida. Lloré toda la noche; nunca antes en mi vida - ni siquiera ahora adulta - había salido tanta agua de mi cuerpo, mis ojos era ríos, podía haber llenado tinas o una piscina con todas las lagrimas que derrame aquella noche que se suponía que iba a ser la más especial de mi vida (en ese entonces). Puede parecer estúpido que perderse un concierto sea algo que duela tanto, pero era más que eso, era la ilusión que formé por semanas, era cada noche que soñé con ese día, la expectativa que construí en mi mente cada vez que se acercaba el día, era un corazón inocente que se había inflado tanto y el día que debía latir más fuerte había sido destrozado en mil pedazos por personas que yo amaba y por motivos que no estaba en mis manos resolver. Probé por primera vez en mi vida el sabor de la desilusión, dejé de ser niña esa noche, La única noche en que no dormí ni un segundo por llorar, si alguna vez se preguntan cuando mi corazón se hizo duro, pues inició esa noche.
Seguí cumpliendo años y también pude ir a muchos conciertos de LIBIDO años después, pero jamás al que más anhelé. El cumpleaños 14 fue con mis amigos de colegio en una reunión adolescente, tal vez tendría mejores recuerdo si no hubiese malogrado el rollo de la cámara, las mejores fotos del mundo se perdieron por mi curiosidad, la maldición del cumpleaños no había terminado en los 13 años. Siguieron mas años con buenos y malos días, hasta el cumpleaños 26 – que coincidentemente es el doble del número 13 – ese año mi cumpleaños cayó domingo así que decidí hacer una fiesta el sábado, yo ya no vivía con mis padres, en ese entonces ya vivía con roomates. Había organizado una fiesta en mi casa con muchos amigos, todo andaba bien, tan bueno para ser real, hasta que el alcohol hizo que dos personas a las que amaba mucho arruinen la noche del que hasta ese instante estaba resultando ser ¡El mejor cumple ever!. Me convertí en el réferi de un rink donde dos personas olvidaron que me querían, pero sobre todo que yo los quería. Recibí las 12 separando esos cuerpos para que dejaran de hacerse daño, recibí mi cumpleaños viendo como la blusa blanca que había escogido con tanto cariño se convertía en roja ¿Qué hay peor que eso? ¿Necesitaba más pruebas de que algo andaba mal con los 9 de agosto? Al año siguiente tomé la decisión más sabia de todas, pasarla absolutamente sola: sin responder llamadas, sin ver a la familia, solo yo y la iniciativa de no dejar que nadie nunca más arruine mi día y ningún otro día que yo quisiera que sea especial. Llegué a la conclusión que cuando tienes muchas expectativas sobre algo que aún no sucede puedes llegar a desilusionarte hasta consumir una parte de tu alma, así que a partir de mi cumple 27 elegí no atormentarme más con las cosas que están por venir, aprendí que a veces el mejor plan es no tener uno y así las sorpresas son realmente mágicas porque son inesperadas. Sé que el universo me ha intentado enviar mensajes con estos cumpleaños tan peculiares y aunque todavía sigo indagando qué propósito tiene para mí la vida, algo cierto es que tenía que escribir esto o por lo menos necesitaba hacerlo como parte de la terapia de sanación que inicié con Gian Carlo.
Ahora viene el cumpleaños dentro del peor año de la humanidad, lo cual no suena tan alentador, pero ya aprendí a disfrutar la soledad y las delicias de tener menos gente alrededor, por lo menos ahora el Covid me ayuda a estar más distanciado de las personas que pueden arruinar mis cosas y estar más cerca de mi verdadera familia: mi esposo y mi perro.
A todos los que también nacieron un día como hoy recuerden: que si no les pasó algunas de las cosas tan locas que me pasaron años atrás, o peor aún, si no la están pasando con Covid postrados en una cama luchando por poder respirar, entonces no pueden quejarse de este cumple en cuarentena, porque definitivamente no será el peor cumpleaños de sus vidas.
¡HAPPY BIRTHDAY!