Hay una vieja frase del gran anarquista Gonzales Prada que siempre nos enseñaban en la escuela: "Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra". Gran frase que motivó a la llamada generación del centenario representada por Jorge Basadre, Victor Raúl Haya de la Torre, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, entre otros.
A inicios del siglo XX, esta gran generación logró incursionar en la vida política peruana con compromiso de cambio. Para ello, analizaban, proponían e incursionaban en el quehacer político para transformarla. Basadre estudió al Perú y fue un gran impulsor de una gran Biblioteca Nacional con poco presupuesto. Haya de la Torre fundó el APRA, gran movimiento de masas que apostó siempre, con aciertos y errores, por la democracia frente a las tiranías de entonces. Nos legó la Constitución más avanzada en su tiempo de América Latina. Luis Alberto Sánchez, gran literato y político aprista, diagnóstico que el Perú aún era adolescente, vale decir, que era culturalmente tutelar. Fue un gran docente y rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y qué decir de Porras Barrenechea: Un gran historiador, un gran liberal y un gran canciller. Por sus principios nos legó estudios del Perú y docencia política en un país precario de cultura política.
Fue una notable generación que repercutió grandemente en la academia, en lo social y lo político del país. Fueron otros tiempos. ¿Que no volverán?. Quién sabe. Y no es nostalgia. Es memoria frente a un nuevo escenario que vive nuestra juventud. Que denosta a los políticos pero no a la política. Como se puede apreciar en la Encuesta Nacional a la Juventud realizada el 2011 por el SENAJU.
Si bien hay cierto apego a la política, no hay que perder de vista el escenario en el que se desenvuelven. La presencia de las tecnologías de la información ha influenciado notablemente en la vida de los jóvenes, así como el ordenamiento social del mercado informal ha repercutido por décadas en el quehacer de ellos. Volviéndolos pragmáticos, economicistas y anti-Estado (a veces).
Bajo este escenario se puede entender el malestar social (o estado de ánimo permanente) en la que se encuentran los jóvenes. Desorganizada y espontáneamente lograron influir en política formal para la derogatoria de Ley Laboral Juvenil, llamada Ley Pulpín. Fueron cuatro salidas a nivel nacional que lograron eso. Fue un triunfo de los derechos frente a la imposición gubernamental. Así fue. Obviamente, no participó toda la juventud del país. Pero sí participaron miles de jóvenes estudiantes y de movimientos políticos. Los que, de alguna manera, asumen el costo de tiempo y organización. Con errores y todo, ganó la política.
De ahí la necesidad de tener memoria para esta recuperación. La juventud de este tiempo necesita referentes históricos bajo las cuales afirmarse doctrinal y políticamente en el tiempo. Referentes que ayuden a asumir compromisos dentro de los partidos o dentro de organizaciones nuevas que pueden surgir de la espontaneidad juvenil que se ha movilizado. Dicen los de la teoría de la complejidad que del desorden nace el orden. Eso puede pasar en ambos tipos de organización, rostros nuevos y nuevos liderazgos. Esperemos al tiempo.