Punto de Encuentro

Lejos del desarrollo económico

Países asiáticos como Corea, Singapur, o el mismo Vietnam, por citar solo algunos, han sufrido guerras y hambrunas terribles durante el siglo XX, siendo escenarios del cruento enfrentamiento ideológico entre democracia y comunismo. Con diversa suerte, los tres no se convirtieron necesariamente en sociedades democráticas, pero sí en países con sistema económico capitalista que les ha permitido salir de la pobreza extrema, partiendo de índices de calidad de vida inferiores al medieval, cambiando conscientemente su destino, llegando a un desarrollo superior al de algunos países europeos. Luego de dos décadas del siglo XXI el resultado es abrumador, ningún país que haya mantenido su economía dentro de los programas socialistas ha logrado un nivel aceptable de vida, por el contrario, están dominados por pequeñas élites multimillonarias que concentran todas las decisiones políticas, económicas, y comerciales, mientras empobrecen irremediablemente a sus pueblos. La pregunta es obvia, si la evidencia demuestra que el modelo socialista de concentración del poder conduce a la miseria, ¿por qué el electorado iberoamericano no sigue el ejemplo de las sociedades asiáticas que dejaron de votar por partidos comunistas y socialistas?

Venezuela fue, en la década de los 70´el país más rico de América, solo detrás de USA, con las mayores reservas de petróleo en proporción a su territorio, y con un pacto de punto fijo que garantizaba la gobernabilidad democrática con un bipartidismo sólido. Perú, Chile, Bolivia y Ecuador han sido bendecidos con riquezas naturales de importancia, con gente esforzada y emprendedora; si fuesen dirigidos por élites profesionales y académicas lúcidas, comprometidas con la libertad económica, no tendrían los altos índices de pobreza extrema, desnutrición y pésima educación, que tristemente asegura el círculo vicioso de miseria, al evitar que la formación escolar pública pueda alcanzar niveles de calidad y así concretar el principio de igualdad de oportunidades. Pareciera que gran parte de electores preferiría depender de las dádivas de un gobierno arbitrario pero generoso, que alcanzar el éxito personal mediante el trabajo esforzado. Peor aún, nuestros países en lugar de propender a la formación de grandes partidos de centro derecha, plataformas permanentes de oferta electoral seria y programática, han terminado por asimilar una cultura política populista, proclive al consumo de personajillos en busca de fortuna, de verbo fácil y vulgar, pero vacío de propósito y contenido.

Como país andino y mestizo, el Perú no ha encontrado su identidad colectiva ni ha sabido mantener el rumbo de su destino comunitario. Es más, en muy contadas ocasiones ha dado muestra de tener la capacidad de autopercibirse como una nación con determinados objetivos, y hemos terminado flotando en las turbias aguas del inmediatismo, sin atrevernos a apostar por aquel modelo que ha demostrado generar riqueza. Para el 2026 habrá propuestas, pero no un programa coherente que nos guíe al desarrollo, porque los expertos de marketing político consideran que el cambio nos atemoriza, las evidencias nos aturden, y la libertad nos asusta.

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