Punto de Encuentro

El entierro de mi abuela

Fidel Azañedo paró la marcha del ataúd de mi abuela, y con el puño cerrado y en alto corrigió al Pelado Vargas: - “Materialismo dialéctico, camarada. No le dé la espalda a la muerte”. En Pacasmayo, algunos afuerinos se persignan y entran al cementerio de espaldas. Mi abuela murió el 26 de diciembre de 1986, de madrugada, con mi nombre de pila en la boca: - “Toño, Toño”. Sentado, al pie de su cama, vi morir a mi mamita, y debí guardar compostura militar. Lloré, sin lloriquear. Al mediodía llegaron los camaradas, y quisieron colocar la bandera con el símbolo del partido en el cajón. Pero, mis tíos, mis primos, y hasta las amistades, se enojaron y lo impidieron con gritos. Si algo tenían los camaradas era una gran voluntad, y una gran porfía. En la noche volvieron, con cintas rojas en los brazos, para hacerle guardia al féretro. En verdad, los únicos comunistas de la familia éramos la camarada Martha, que fue mi madre, y yo.

El cortejo fúnebre fue a pie. Los camaradas retornaron, como aparecidos, por la bajada de la calle Callao, que da al cine Gloria. De pronto, ellos cargaban el ataúd, lo cubrieron con la bandera roja y empezaron con las arengas: “Cuando una revolucionaria muere, nunca muere”, “Viva la camarada Barbarita”. Quisieron seguir arengando, pero nuevamente mis familiares lo impidieron, esta vez con empujones. En la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe, el cura Vicente y mi hermano Roberto, que vestía su hábito de terciario franciscano, dijeron alabanzas y entonaron canciones para despedir a la difunta. Cantaron “La Gloria de Dios”, de Ricardo Montaner, y “Dale el descanso, Señor”, del grupo Tercer Cielo. De pronto, Fidel Azañedo le mandó la onomatopeya del silencio a Magdalena, la camarada Gaviota: - “Shhh, eso es metafísica”. Ya en el Malecón Grau, en el camino de subida al cementerio, los camaradas cantaron La Internacional, y mis primos quisieron impedirlo, esta vez con patadas, pero unas viejas cucufatas con mantillas negras, les siguieron en coro a los camaradas, cantando fuerte, supongo que, era por la letra, que al inicio decía “Arriba los pobres del mundo. De pie los esclavos sin pan”. 

Mi abuela fue enterrada el domingo 28 de diciembre, a las seis de la tarde, en el nicho H7, del pabellón San Isidro. Fidel Azañedo y la camarada Martha me llevaron a un lado, y me pidieron que dijera una oración fúnebre sin mencionar a Dios. Yo era comunista obediente, pero no acepté por miedo al alma de mi abuela. Una de mis dudas existenciales era que si las personas que morían lo veían todo. Me sentía preparado para luchar contra los burgueses, pero no contra los muertos. Me decía a mí mismo: - “¿En qué momento se volvió camarada y atea mi abuela? Debe estar molesta, no me vaya a jalar las patas”. Ella fue apolítica y hasta anti política, y oía la misa de seis de la tarde los domingos. Le aburría la bulla de los camaradas en la sala de su casa, y le gustaba trabar conversación en la iglesia antigua. De salida, fui a visitar la tumba de José María Chávez, mi abuelo, y la tumba de su vecino, Santiago de la Fuente, el padre de Martín Adán, y recité Poemas underwood: “La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más…”.

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