César Hildebrandt ha escrito un libro coprolálico. De etimología literal: de “plalein”, o hablar; y de “kopros”, o excremento. La ficha técnica del libro es la siguiente: Cesar Hildebrandt (2024): “Biografías falaces”. Lima: Penguin Random House. Este epítome tiene psiquiatría, y no tiene arte. El viejo periodista ha perdido todas las líneas de la legitimidad: La de la teoría del insulto, de Arthur Schopenhauer; y la de la filosofía de la risa, de Henri Bergson. Tampoco está en el saber cínico de Manuel González Prada, ni siquiera en la literatura del insulto de Alberto Hidalgo. Yo creo que, en todo caso, está en la línea coprolálica de Julio Garrido Hauynate. De verdad, estamos ante una patología del comportamiento de un periodista, y, en general, de un escritor. Intentemos comprender a la estirpe de coprolálicos, a partir de concederles la palabra a ellos mismos: Alberto Hidalgo decía de sí mismo: “Yo soy un iconoclasta. Los ídolos me revientan. Me gustaría, mientras los demás se prosternan, poder romper a pedradas la cabeza de Dios. Para mí nada hay respetable: ni la religión, ni la patria, ni la madre de uno. Si tengo alguna consideración por mí mismo es precisamente por esto: porque soy uno de los hombres que han sido más insultados y negados. El día en que yo sea un hombre de respeto, me destapo la cabeza de un balazo”; y, Hildebrandt escribe acerca de los textos que componen este compendio: “Fueron la justicia a mano armada, la única revancha que podíamos darnos quienes sentíamos que habíamos perdido el futuro. Nos hicimos sicarios de buena fe y salimos, caricatura en ristre, al exterminio de quienes nos han matado el país y se jactaban de ello. Lo hicimos sin ninguna aspiración literaria y sabiendo que lo nuestro sería pelea callejera”. Hildebrandt le echa la culpa de su mal comportamiento, de su travesura literaria, a Alberto Fujimori, pues dice que: “el fujimorismo inspiró el veneno de estas páginas”. A propósito, Hildebrandt, con este compendio, ha pasado, de ser un proveedor, a ser un consumidor del veneno, de su propio veneno caviar. El otrora “mejor periodista” ha envejecido mal. Pues, ha adquirido tardíamente la coprolalia, que una de las formas del síndrome de Tourette. Verdaderamente, estamos ante un coprolálico voluntario, ante un obsceno. Incluso, se expresa mal del Perú, pues dice que el país “era un muladar”, y que agradecía “la mugre”. Sus biografiados son sus víctimas: Les cambia el nombre, por un sobrenombre. Veamos la ordinariez, la sicalipsis: A Alberto Fujimori, lo llama “Mekago Hentorito”; a Alan García, “Alaneta Ganzúa”; a Pedro Pablo Kuczynski, “Konchinszky”; a Ollanta Humala, “Llanta Cosito Mulala”; a Dina Boluarte, “Dina Bolarte”; a Keiko Fujimori, “Kei Kojura”; a Martha Chávez, “Martha Chaveta”; a Luz Salgado, “Pus Zalgado”; a Mercedes Araoz, “Mercedes Arroz”; a Luciana León, “Luchana Weón”; a Blanca Nélida Colán, “Blanca Cormorán”; a Kenji Fujimori, “Kenji Mikomo Perito”; a Máximo San Román, “Mínimo San Román”; a Federico Salazar, “Federico Pocacosa”; a Francisco Tudela, “Pancho Tutela”; a Walter Albán, “Walter Web On”; a Rómulo León, “Rómulo Rata Peñón; a Fernando Rospigliosi, “Fernando Raspadilla”. Habla mal de todos, con misandria, y sobre todo con misoginia. Incluso, sexualiza a sus biografiadas. Finalmente, todos los cínicos y los patafísicos de la historia se hicieron grandes porque rieron, y Crisipo de Solos hasta murió de risa, de una risa sana, pero Hildebrandt ha escrito un libro coprolálico.