Punto de Encuentro

¿Qué aprender III?

Francisco Basili Domínguez

¿Hay una ciudadanía subjetiva o simplemente se nace, se crece y se es ciudadano?

La ciudadanía subjetiva no crece sola.  Cada persona debe ir desarrollando, desde la infancia, su ciudadanía subjetiva, y eso requiere oportunidades y experiencias que la promuevan.  Ese es un aprendizaje fundamental.

Si no, es difícil que uno se sienta ciudadano con deberes y derechos, que uno se active para ser solidario y productivo, para exigir respeto y participación en el desarrollo.

Lo vemos frecuentemente, sin empatía y sin autorregulación lo que  tenemos es abundancia de abusadores, delincuentes, apáticos frente a la necesidad o el dolor ajeno.

Sin autoestima tenemos gente que se deja pisar, cree que se merece todos los males que le suceden y acepta atropellos.

Sin asertividad y autonomía la gente está a la espera que la dirijan, sin atreverse a tomar decisiones, explorar, exponer su punto de vista, son gente que cambia libertad por protección o por la apariencia de seguridad…gente que cree que algún otro va a salvarle el mundo.

Sin agencia o actividad –la capacidad de actuar, de moverse, obrar 6ordenada y eficazmente para conseguir objetivos- tenemos gente que sólo sueña o se lamenta, a la espera que los logros lleguen sin esfuerzo y los problemas se solucionen solos.

Un país donde la gente adopta el beneficio personal como única prioridad y la astucia como valor supremo es un país donde unos abusan o boicotean a otros y el desarrollo está siempre en riesgo; donde los pobres pierden la esperanza y la impunidad se compra, incluso barata.

Un país donde la gente deja pasar lo que le venga, sin importar si en su interior lo censura y detesta, consolida injusticias y abusos. La apatía y el pesimismo no producen ciudadanos.

No hay ciudadanía subjetiva cuando se descontrola la envidia y se cultiva el resentimiento, se atribuye a otros las carencias y dificultades que uno pasa y se cae en la violenta tentación de incendiar todo para empezar de nuevo

Pero no basta la ciudadanía subjetiva, se necesita gobernantes y gobernados competentes, gente que sepa y quiera hacer las cosas, con talento, con oficio, es decir, bien hechas. 

Se necesita una nación dedicada siempre a aprender, con buenos investigadores y docentes, con gente que valora aprender y que puede sostener su curiosidad hasta comprender bien lo que le interesa.

El pueblo que progresa es un pueblo que valora aprender, que se impone y consigue en sus planes y actividades altos estándares de resultados.

Producir bienes y servicios es respetado, porque se trata de disponer de satisfactores para las necesidades de todos.  Sin embargo, hay mucha gente que siente que producir o tener riqueza es obsceno.

Motivan al comerciante su capacidad de ver oportunidades y su ambición. Pero hay gente que enseña que el comerciante es ladrón por naturaleza y carente de grandeza y trascendencia. 

Sin embargo, el comercio en la historia ha permitido la mayor difusión y disponibilidad de bienes e ideas y ha sido un factor principal para promover el intercambio cultural. 

Comprar y vender, encontrar oportunidades y satisfacer necesidades es trabajo, y el trabajo es digno.  Tanto el trabajo físico como el intelectual.

Identificar necesidades y satisfactores, emprender, generar empleos, desarrollar una organización industrial o comercial lleva a producir riqueza.  Eso no es obsceno, es facilitar los medios para que las necesidades sean cubiertas. 

Pero hay quienes quieren que los empresarios e industriales estén bajo sospecha.

Gobernar con talento es promover que se produzca riqueza –es decir satisfactores de necesidades- y que se realicen formas aceptables, sostenibles y respetuosas de producirla, usarla y distribuirla.

El sentido del poder no es producir pasmo ni deslumbrar con las señales externas del mando, menos aún hacer lo que uno desee para satisfacerse a sí mismo y a sus allegados.  Ese es un signo frecuente de inmadurez e incapacidad moral.

El poder puede producir miedo, sumisión, dolor, incertidumbre, pero también puede conseguir condiciones para la realización, el crecimiento sostenible, la generalización de una moral solidaria en la nación que se gobierna.

Para eso es indispensable que gobernantes y gobernados estén al tanto de cómo funciona la realidad, es decir, tengan el sentido común a la altura de los tiempos. Ni ingenuidades, ni supersticiones. 

No se crea riqueza repartiendo dinero eventualmente.  Ni imprimiendo billetes y repartiendo bonos.  Ni endeudándose hasta perder la credibilidad y el crédito. Se crea riqueza facilitando la generación de empleo sostenible y productivo.

La demagogia funciona porque promete la satisfacción de aspiraciones individuales o compartidas, la gente aplaude lo que quiere escuchar.

Donde hay gente insatisfecha, se incentiva la insatisfacción con lo que existe y sus administradore, se atribuye culpas y justifica resentimientos y envidias. Y se promete la venganza con los culpables. La venganza es un dulce para los resentidos, el demagogo sabe.

Así no hay ciudadanía ni democracia ni desarrollo.

Por eso, aunque sea una minoría la que dispone de un sentido común a la altura de los tiempos, hay que denunciar el dolo y la manipulación, hay que coordinar y concertar con los que van despiertos y los que quieren despertarse antes que sea tarde

Ideas prometedoras que han producido pobreza ciudadana y solapado la corrupción, han boicoteado la ciudadanía y el desarrollo en diversos países en los últimos cien años.  Han producido millones de refugiados.

Aunque haya discrepancias y disensos en muchos campos, debemos acumular poder suficiente para evitar el envenenamiento emocional  de la ciudadanía y abortar medidas estúpidas. 

Es momento de aprender del sufrimiento ajeno.

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