Punto de Encuentro

Credo

Manuel González Prada sostenía, en su célebre discurso, que el Perú es el país donde prevalece el pacto tácito de hablar a media voz. Raro es encontrar a personas que se definan políticamente con claridad meridiana y sin tapujos. Más bien, es la tibieza la que prevalece, pues asusta el tomar partido. Por ello, desde esta columna quiero hacer mi propio credo político para que mis eventuales lectores sepan quién soy, políticamente hablando, y entiendan que para nada pertenezco a ese equipo patético de tibios que por su tibieza algún día serán vomitados de la boca de alguna deidad. Aquí va. Yo creo en la democracia liberal capitalista. Eso significa que asumo que la mejor forma de gobierno es la que tiene una división del poder (ejecutivo, legislativo y judicial) y en la que sus ciudadanos ejercen un sufragio universal, lo mismo que deberes, a la vez que tienen amplios derechos. Lo de liberal me queda corto pues creo ser algo más que liberal: considero que el ciudadano debe tener todos las libertades que el Estado le pueda otorgar, siempre y cuando no dañe la vida de otro ciudadano (de ahí que, por ejemplo, anhelo el día el que se autorice el matrimonio civil entre personas del mismo sexo, entre otras tantas libertades que aún nos faltan obtener). Creo, asimismo, en la razón y en la supremacía de la ley, de ahí que me proclamo un firme defensor de la separación entre la Iglesia y el Estado: me molesta mucho que aun los curas (escolásticos, ojivales, rosados o rojos) se metan en la política nacional y que los Arzobispos crean que la res pública es aun la Corte virreinal. Como un esclavo de la libertad; no puedo tolerar, ni defender, ni avalar, ni lustrar, ni añorar a dictaduras; sean éstas de derecha o de izquierda (a mi entender, en la misma carpeta de reciclaje están Odría y Velasco) y me producen urticaria los patéticos corifeos que ayer sirvieron a esas dictaduras y que, hoy por hoy, muestran la teta de La Libertad como en el cuadro de Delacroix. Mi liberalismo me lleva a repudiar a las argollas pitucas que aún nos rigen como en 1919, pues el pituco de hoy ha sumado a su linaje el poder de su empresa explotadora y su interés malsano por perpetuar la sociedad estamental. Por otro lado, mi capitalismo tiene más de anhelo: quisiera que el peruano se aventure a invertir, que sienta afán por el lucro, que descubra la potencialidad del individualismo, que pueda entender que el país no puede ser, eternamente, una especie de Pandora-Avatar solo para agradar a ecologistas; pero mi laissez faire no llega a tanto pues también deseo que los que más ganan paguen un Estado de bienestar que me de salud, educación, ocio, jubilación de la mejor calidad y el saldillo suficiente para un digno ataúd. Es esto lo que creo. Amén.

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