Francisco Basili D.
Todos sabemos que hay mujeres y hombres de toda edad que padecen hambre, desnutrición, enfermedades prevenibles, falta de acceso a oportunidades educativas efectivas y que apenas se ganan la vida en condiciones infrahumanas. Son miles de millones, mientras unos pocos acumulan una riqueza obscena.
Y parece que vivimos entre la inconsciencia del comamos y bebamos que mañana moriremos y el urgente desafío de cambiar el mundo.
Hay personas que me han preguntado: por qué o para qué habría que cambiar el mundo, si parece que el mismo empuje de las cosas va produciendo mejoras lentas pero reales y si, como dicen tantos migrantes y refugiados de países que vivieron revoluciones: el remedio fue peor que la enfermedad.
Parece obvio que la codicia y la escasa responsabilidad sobre el futuro común crean miseria, sobre explotan el planeta y lo degradan. Ya está comprometida la calidad y la sobrevivencia de las siguientes generaciones.
Mientras tanto, vivimos en el aturdimiento moral que fomenta la industria de la cultura, que ha logrado que se degrade la convivencia y que se normalicen la violencia, la inseguridad ciudadana, la corrupción y la impunidad.
Y es que todos queremos consumir siempre más. Ser diferentes y destacarnos sobre los demás es una obsesión. Hay que tener éxito, que a veces se limita a consumir más y tener fama sin ver ni responder a la grave desigualdad de oportunidades ni a la pérdida de los talentos que pueden dar salidas a la crisis planetaria de desamor e irresponsabilidad.
Es decir, sabemos o sentimos que el mundo debería cambiar. Que habría que encontrar una ruta para restituir la empatía y solidaridad efectiva con los que sufren y para entregar a las familias desfavorecidas las herramientas para su mejoramiento y bienestar sostenible y no solo dádivas eventuales.
Los que se indignan inconteniblemente con el estado actual de cosas quisieran que el fuego queme todo para empezar de nuevo “como debe ser”. Prefieren su indignación a los mejoramientos parciales e incentivan tensiones y luchas que terminan en más sufrimiento. Grave arrogancia que lleva al terrorismo.
Quienes los observan preocupados, afirman que es fácil hacer crecer las envidias y los resentimientos, denunciar todo intento de alivio y acusar a diestra y siniestra como malo todo cambio que no sea total y ahora mismo.
Ya hay normas para establecer el bien común, la sostenibilidad y la biodiversidad como criterios de desarrollo, pero si en cada familia, barrio, pueblo no se educa y construye presión social para el cumplimiento del deber y el respeto a los demás y al medio ambiente, las normas no bastan.
Todos tratamos de disfrutar la vida cada día: la familia, la amistad, los bienes materiales y culturales, la naturaleza…y tratamos de preparar el futuro y prosperar. Pero esto tiene como telón de fondo esa realidad de sufrimiento, codicia, explotación, degradación ambiental, desigualdad y violencia.
Si no nos preparamos emocional y moralmente para la empatía y la solidaridad inteligente, la productividad y el consumo responsable, el cuidado de la vida y el medio ambiente, la protección de la diversidad, nada cambiará. Los estados y cada entidad de cada nación deben educar para procurar el bien común.
Muchos sienten que es insoportable la responsabilidad de cambiar el mundo, que ya es bastante con no sucumbir a la presión que excluye del progreso. Y tratan de no ver el dolor ajeno ni ver la degradación de los bienes comunes.
Varios parientes y amigos me han dicho que se sienten culpables e impotentes frente a la miseria porque, de hecho, la tarea de cambiar el mundo les queda grande. La enormidad del desafío los desanima, los sobrecoge y acobarda.
Pero, reconocen que su responsabilidad es compartir con su prójimo visible y accesible, apoyar las causas solidarias, boicotear a quienes generan riquezas con prácticas no aceptables ni sostenibles, elegir conscientemente...
Ellos temen que no sea suficiente, pero dicen que eso es lo que les toca y es lo que pueden hacer...y van a hacerlo, incluso si a veces son inconsistentes. Van a hacerlo con la esperanza que otra gente hará lo mismo y así se creará una fuerza social que hará los cambios, aunque sea lentamente.
Las percepciones sobre lo prioritario, lo estratégico, lo que es posible y sostenible son diferentes… pero lo urgente es prevenir las muertes, facilitar una nutrición adecuada, facilitar los aprendizajes básicos para seguir aprendiendo, reducir la delincuencia y el número e impacto de los conflictos dentro de una misma sociedad y entre etnias y países…
Cada uno puede y debe hacer su parte por el bienestar general porque los demás nos conciernen y no hay disfrute profundo posible si no se promueve la solidaridad y sostenibilidad para reducir el dolor y la miseria.
Cuidar a los hermanos, proteger los bienes comunes, aplicar y hacer crecer nuestros talentos nos hace dignos, más felices y valiosos como humanos.