Siempre se dijo que la política era la prolongación de la vida misma, de la compleja relación entre las personas; las motivaciones y sus consecuencias son las mismas, aunque en la primera los reflectores y la prensa resaltan cada movimiento, cada reacción, en busca de la demolición del adversario y la idealización del aliado. Por eso, el ejercicio de la política estaba reservado al militante que habiendo ingresado de joven en la actividad de una organización partidaria, había aprendido no solo la doctrina y el programa de su grupo social, sino también había aprendido a gestionar las necesidades pues, sólo el éxito en actividades reales le podía dar ventaja en la intensa competencia interna para escalar posiciones, pues la natural ambición lo llevaba a luchar por ingresar a los espacios de decisión; su vocación le exigía dar voz a sus creencias y pensamientos.
La desaparición del político de raza implicó el ascenso a los procesos de decisión política de personas carentes de la preparación necesaria. Los seminarios y talleres de gestión pública no reemplazan la dura competencia interna y el liderazgo del dirigente en su comunidad. Sucesivos gobiernos han sido invadidos de anónimos individuos, carentes de trayectoria política, incapaces de resolver los graves problemas del año pasado como la adquisición de mascarillas en marzo, pruebas moleculares en mayo, oxígeno en setiembre, y camas UCI en noviembre.
Estos funcionarios son estatistas no por ideología, pues igual podrían servir a De Soto o a Urresti, a López Aliaga o a Mendoza, sino por defensa de su estatus, pues todo lo que han logrado en la vida fue a expensas del dinero público, redactando consultorías recicladas o inventando nuevas y más complejas barreras burocráticas que frenan al emprendedor privado para dar mayor poder al gerente municipal y al director de ministerio. Para sobrevivir, evitan tomar decisiones que los puedan comprometer con la temida Contraloría, lo que explica en parte, que no se hayan suscrito contratos con los principales laboratorios y que exista aún la idea de que solo el Estado podrá comprar, distribuir y aplicar vacunas. Mientras todos los países vecinos ya están vacunando a su gente, aquí no se puede contratar un avión para traer las pocas disponibles.
Como ya hemos perdido la lucha por las vacunas, dependemos de la benevolencia extranjera ante la impericia de nuestros gobernantes y funcionarios, para que nos faciliten sus lotes sobrantes por solidaridad.