Los últimos anuncios de la justicia norteamericana sobre la investigación de la gran trama de corrupción de la empresa brasilera Odebrecht ha remecido en las últimas semanas las economías más importantes de Latinoamérica. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que es la primera vez que una empresa utiliza de forma sistemática y como política corporativa tácita el soborno a políticos y funcionaros de varios países latinoamericanos. Según cálculos generosos Odebrecht habría pagado hasta US$ 700 millones para obtener licitaciones de obras de infraestructura.
Así, la empresa brasilera está en el ojo de la tormenta y con ella funcionarios y políticos de primera línea. Argentina, Venezuela, Ecuador, Colombia, Panamá y el Perú son parte de los países donde según la justicia norteamericana Odebrecht habría sobornado a funcionarios y políticos sin color ideológico. Basta ver la signatura de los gobiernos para entender que la izquierda latinoamericana no le rehúye a las malas prácticas. Entre Venezuela, Argentina y Ecuador suman alrededor de US$150 millones en sobornos.
¿Pero qué significa la trama Odebrecht para el Perú? Según las investigaciones entre 2004 y 2016 Odebrecht pagó sobornos por US$29 millones. De tal manera que los tres gobiernos post fujimorato (Toledo, García y Humala) están dentro de las investigaciones. Solo García ha pedido a través de sus redes sociales que se publiquen los nombres de quienes habrían recibido pagos durante su gobierno. De Toledo y Ollanta solo tenemos un silencio impoluto a pesar de que en sus gobiernos se habrían realizado casi la totalidad de los pagos respectivos. ¿Por qué callan Toledo y Humala? La respuesta no la sabemos.
El retorno a la democracia en el 2001 se forjó bajo la narrativa de honestidad frente a los gruesos casos comprobados de corrupción del fujimorato. La línea divisora entre el régimen autoritario de Alberto Fujimori y el gobierno de Toledo fue la virtud frente al pecado. De descubrirse que Toledo recibió sobornos o pagos de parte de la empresa brasilera habrá caído una de las narrativas más poderosas de la democracia y por allí habrá algún fujimorista que diga “el suelo está parejo”.