Una de las obras más vendidas en la Feria de Libro 2015 en nuestro país fue la de Sally Bowen, la prestigiosa periodista británica, que luego de dos décadas de brillante labor, comparte su valioso trabajo en su libro “Periodista al fin y al cabo. 20 años de investigación: Sendero, narcotráfico y política en el Perú 1988-2008”.
El título del libro parece decirlo todo, pues la autora nos ofrece, además de una fascinante e íntima narración sobre sus inicios en el periodismo y su llegada a Latinoamérica, esa región exótica que siempre la sedujo, un recuento objetivo de los convulsos años finales de los ochenta, las reformas económicas y los ensayos autoritarios que vivió el Perú durante la década de los noventa y los años de la transición democrática, época, esta última, que se inicia con la caída del gobierno autocrático de Alberto Fujimori y culmina (para Sally) en 2008, año en el cual la periodista decidió abandonar el Perú y regresar a Inglaterra, para instalarse cerca de Bath al suroeste de Londres.
Como se lee en la contratapa del libro, Sally fue una testigo privilegiada de una época de cambios vertiginosos en el Perú, tiempo que gracias a su olfato periodístico y su búsqueda apasionada de la verdad le permitió desentrañar algunas claves de la compleja realidad peruana. Veinte años de trabajo de investigación sobre la vida social y política peruana no pueden ser resumidos en apenas 349 páginas, pero Sally, creo yo, desarrolla con profundidad algunos temas que resultan claves para comprender y explicar el Perú de hoy.
Así, entre los muchos tópicos que Sally aborda, son cuatro los temas en torno a los cuales giran el resto de las historias (incluso su historia personal): el accionar de Sendero Luminoso y el MRTA en las zonas en las que se desarrollaba el conflicto (ella logró trasladarse a estas localidades para buscar información de primera mano), la respuesta de las Fuerzas Militares, la Policía Nacional, e inclusive la participación de los Comités de Autodefensa (ella logró contar con fuentes castrenses confiables), el avance creciente del narcotráfico en la selva peruana (ella recrea la vida en Tocache, Satipo, Uchiza o Campanilla, con notable solvencia) y las redes de corrupción en el aparato público, creadas y promovidas por el gobierno autoritario de Fujimori, con el apoyo directo de oscuros personajes como Vladimiro Montesinos Torres y Nicolás de Bari Hermoza Ríos (ella describe a este triunvirato con milimétrica precisión).
Pero además de lo ya señalado, Sally trabaja en su libro, casi de manera trasversal, un tema que me parece oportuno y necesario abordar debido a la importancia y actualidad que este tiene en Latinoamérica: el rol que juega el periodismo en un régimen autoritario.
Al respecto, Sally afirma que en el Perú de la década de los noventa, como bajo cualquier régimen autoritario, la prensa jugó un papel significativo que es difícil sobreestimar e imposible de ignorar. Se trataba, según refiere, de un juego que podía ser jugado de diversas formas.
Para Sally, algunos periodistas, eligieron una oposición a todo vapor, y constantemente se referían al gobierno de Fujimori como la dictadura y al jefe de Estado como el dictador. El único y gran inconveniente que esta postura enfrentaba era que Fujimori contaba con un amplio e incuestionable respaldo, y se las había arreglado para legitimarse a sí mismo y a su golpe de 1992, aunque para ello haya tenido que recurrir a un referéndum más que cuestionable. Por ello, aquellos que tomaron esta postura de rotunda oposición, entre ellos políticos y empresarios, además de periodistas, se encontraron firmemente marginados y excluidos del poder, y algunos debieron pasar años privados de contactos políticos.
Frente a ellos, recuerda Sally, estaban aquellos que preferían ser absorbidos por la maquinaria del poder y reportar y escribir lo que el gobierno les proporcionaba, sin hacer ninguna verificación y mucho menos intento alguno de presentar un punto de vista opositor. Para este sector de periodistas, por un largo periodo, esta postura pareció ser la más exitosa, ya que sus partidarios gozaban de beneficios como tener acceso a la gente que ostentaba poder, ser invitados a los viajes del presidente y mantenerse libres de la posibilidad de ser hostigados.
Quizás por ello, Sally afirma que mantener una postura crítica durante el gobierno autocrático de Fujimori, supuso, para quienes tomaron esta postura, serias dificultades y peligros. Y nos recuerda, por ejemplo, que en su reporte de 1993, la organización Reporteros Sin Fronteras colocó al Perú en el tercer lugar de la lista de países que tenían el mayor número de periodistas prisioneros en todo el mundo (solamente estaba detrás de Turquía e Irak, y peor que Birmania). O que el Comité para la protección de Periodistas declaró que los hombres de prensa y los medios de comunicación encontraban más problemas en el Perú que en cualquier otro país de Latinoamérica.
Sobre este punto, luego de recordar cómo la periodista Cecilia Valenzuela fue amenazada de muerte, mientras investigaba la desaparición y matanza, en 1993 de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad La Cantuta (hoy Fujimori purga condena por estos crímenes) o de cómo Enrique Zileri, editor y propietario de la revista semanal Caretas fue hostigado judicial, económica y políticamente por el gobierno de Fujimori, por investigar a Vladimiro Montesinos refiriéndose a él como el Rasputín del régimen, Sally narra cómo a ella Fujimori también le bajó el dedo.
Luego de ser invitada, junto a otros colegas extranjeros, a acompañar al presidente a un viaje a Puno (Isla de los Uros), un compañero suyo publicó en el Financial Times un artículo titulado “La política del poncho en los Andes”, centrándose en el estilo de Fujimori, que actuaba más como un director de medios, que como un presidente. Este artículo, refiere Sally, le cayó a Fujimori como un balde de agua helada. Tan es así, que esa fue la última invitación que recibió de Fujimori, algo que para ella le dejó una lección evidente: si quieres ser incluida y tener acceso al presidente (como las geishas), deja de lado la objetividad del periodismo y confabula con su gente.
Antes de poner punto final a esta columna, no me queda sino recomendar que compren el libro, pues constituye uno de los mejores relatos periodísticos sobre la vida social y política de nuestro país hacia finales de los ochenta, noventa y los primeros años del siglo XXI. Al mismo tiempo, recomiendo dos libros de la misma autora: “El expediente Fujimori” (2000) y “El espía imperfecto. La telaraña siniestra de Vladimiro Montesinos” (2003). Estoy seguro que los disfrutarán.