Los peruanos somos anormales. En el Perú, los anormales incorregibles se llaman “informales” y disputan públicamente, y con éxito, la normalidad. Tenemos hasta una historia, una genealogía de la anormalidad. Los anormales han recreado y recreado el Perú, como virreinato, como república, y más de una vez. He aquí dos casos extremos, de fundación y refundación: Hacia la primera mitad del siglo dieciséis, en estricta ceremonia militar y religiosa, el Caballero de San Jaime, Adelantado y Capitán General Francisco Pizarro González y su pequeña hueste perulera, en la Plaza Mayor, fundan el Perú; y hacia la segunda mitad del siglo veinte, sin ceremonia y al parecer esta vez para siempre, los migrantes, sobre todo serranos que acudían mayormente los días domingos, entre otros impulsos, a ver actuar a cómicos ambulantes, en el Parque Universitario, refundan el Perú. Michel Foucault propone el concepto de “los anormales” para comprender la dicotomía centro-periferia de la sociedad, y el impacto, diríase fundacional y refundacional, de los anormales ubicados en la periferia. En su curso dictado en la cátedra de Historia de los sistemas de pensamiento, en el Collège de France, entre enero y marzo de 1975, plantea una tipología de los anormales, divididos éstos en irrecuperables y recuperables, a partir “del cruce de tres elementos: el monstruo humano, el individuo a corregir y el onanista”. El monstruo y el onanista constituyen verdaderas patologías, perversiones que cometen la doble infracción de trastocar las leyes del derecho y hasta de la naturaleza. En tanto que, el incorregible es aquel que conscientemente, en el sentido de no estar enajenado, trastoca el poder y el orden. La diferencia entre incorregibilidad y corregibilidad determina un cierto orden inverso de peligrosidad médica y peligrosidad social: Si se es loco peligroso por la psiquiatría, no se es mayormente por lo social; y si no se es loco peligroso por la psiquiatría, sí se es máximamente por lo social. El monstruo y el onanista pueden vivir encerrarlos en las cuatro paredes del manicomio; pero el incorregible vive entre nosotros, en los extramuros del nosocomio y más exactamente en las calles.
Los peruanos hemos legitimado la calle, y otros sitios urbanos, como espacios de emprendimientos, y de lazos sociales, tan diversos que casi tocan la totalidad de nuestras vidas: Los anormales están en todas partes: en los emporios de Gamarra, Unicachi y la Cachina; en el Ágora Popular de la Plaza San Martín, y en el Complejo Santa Rosa de la carretera central. Entiéndase: El lugar natural de los anormales incorregibles, o informales, es la calle: Ahí se ubican y emprenden, viven y sobreviven. Nada los pude sacar de ahí. Por ejemplo, durante la pandemia del coronavirus, los diversos dispositivos de la razón de Estado, como, por ejemplo, el confinamiento domiciliario, encontraron resistencia económica y sobre todo cultural en una sociedad preponderantemente informal. Parecería que, así como la informalidad cultural y económica fue la negación histórica del encierro territorial y de la exclusión social, también en la pandemia fue la negación del confinamiento domiciliario y el aislamiento social. El proceso peruano del último medio siglo también puede entenderse desde la anormalidad. Pues, entre nosotros, el proceso de individuación social es tan moderno, como anormal. El desborde popular del campo a la ciudad y de la provincia a Lima, la informalidad convertida en el otro sendero y la propia promesa de la vida peruana, son parte de una historia de cierta anormalidad, de cierta locura nacional. Los peruanos, en general, somos anormales, y los informales son los anormales incorregibles y creadores de Foucault.