Claire Viricel
“Impossible n'est pas français” suelen repetir los franceses tras los extraordinarios Juegos Olímpicos de París que hicieron de la capital una fiesta inolvidable. Los juegos superaron todas las expectativas, los atletas nacionales logrando superarse con la energía contagiosa del público entusiasta, una hinchada alegre, fervorosa, que sorprendió a los observadores extranjeros. ¿Una lección para los políticos?
La asamblea nacional que resultó de la disolución del 9 de junio está conformada por tres coaliciones que no alcanzaron una mayoría absoluta (289/577), y mucho menos relativa. No puede ser nuevamente disuelta sino dentro de un año. La extrema derecha consiguió 142 escaños, el Nuevo Frente Popular (NFP), 193; la coalición presidencial, 166 (perdieron 84 en el trance). Una fuerte movilización electoral y una campaña exprés sirvieron para que ninguna coalición lleve a una cohabitación (el peligro mayor, que se evitó) sino a una incierta gobernabilidad (una derrota del optimismo presidencial). Se dividieron en nueve bancadas, a las que hay que sumar los 47 diputados de Los Republicanos, y los 21 de Independientes/Ultramar, quedando ocho parlamentarios en los No agrupados. El NFP ha formado cuatro bancadas que se declararon en la oposición. Antes de ser nombrado el Premier, todas se declaraban en la oposición salvo los 166 oficialistas, enfocados en el interés general.
Macron debía encontrar una perla rara que pudiera formar una coalición de gobierno. Un Premier que no fuera censurado, capaz de liderar dicha coalición, y que no se apartara de la política oficialista. Así, eligió el 5 de septiembre a Michel Barnier, un aguerrido político provinciano de Saboya, del hoy partido LR, un hombre de consenso sin ambición presidencial por su edad (73 años). Con él, empieza una “nueva era”, dijo Macron, al no ser más el superpresidente que fue —por ese autogol electoral que le ha costado admitir—, con funciones “compartidas”. Barnier había sido ministro en los gobiernos de Chirac y Sarkozy, comisario de la Comisión Europea, y había destacado internacionalmente por haber sido el exitoso negociador del Brexit en nombre de los 27 de la Unión Europea. Negociar con 27 naciones un Acuerdo de salida fue tarea sumamente más compleja que la de encontrar una mayoría de gobierno en una Francia tripartita cuyo déficit público (5,5% del PBI) inquieta la Comisión de Bruselas. Ha declarado que “iba a escuchar y respetar a todas las fuerzas, formar un gobierno representativo, equilibrado y plural, con atención especial en el control de la inmigración, pero con humanidad”. Al nombrarlo, Macron puso por encima de la pertenencia política su capacidad de negociación, a tal punto que su perfil no fue rechazado de entrada por Marine Le Pen (RN). En cambio, desató la ira de la izquierda, unida en torno a su candidata tecnócrata, Lucie Castets. Fue descartada, pues sería censurada desde el primer día por el RN.
El NFP insiste en llamar “denegación de democracia” una situación que, empero, no le otorga ningún derecho a gobernar. Sorprendió que el expresidente Hollande, ahora diputado, se sumara a semejante distorsión de la realidad y no marcara distancia de la ultraizquierda LFI, la cual carece de garantías democráticas. Cuestión de tiempo, probablemente. Pues la oposición radical de la coalición de izquierda solo indica que su prioridad es preparar la carrera presidencial de Mélenchon para el 2027. Ahora bien, “el Partido Socialista debe recuperar su cultura del compromiso, la lógica de dos bloques hegemónicos habiendo caducado cuando nació la tripolarización en el 2022”, dijo el analista Thomas Legrand en Libération (4/9/24). “Es la centroizquierda que contiene el populismo de derecha en Europa, como en Inglaterra y España”. Si el PS pudo aumentar su representación a 66 escaños, no fue por mérito propio sino por el antivoto.
Al día siguiente de su reelección, Macron había prometido que “cambiaría de método”, cosa que su disolución apresurada, dos años después, le impuso por ese resultado adverso, a la vez a su proceder y a la gobernabilidad. Esta nueva situación, el oficialismo la llama una “coexistencia exigente”. Ahora Macron tendrá que presidir, y delegar el gobierno al Primer Ministro. O sea, el poder pasa a Matignon. Si bien la inestabilidad política no es el hecho de Macron sino de la descomposición muy anterior del sistema político, su profundización no se resolverá con la destitución del actual Presidente—un disparate más de la bancada LFI—, sino con “el retorno a la cultura de parlamentarismo”, tal como lo señala Thomas Legrand. Esa cultura del compromiso que los alemanes, españoles e italianos practican a diario para gobernarse. Por eso la llegada de un veterano de la negociación política como Barnier, de corte conservador y con modales irreprochables, no puede ser una mala noticia para nadie y menos para Marine Le Pen que aprende rápido de los errores de Macron. Si quiere llegar, tiene que mostrar que correa tiene, que conoce las artes de la política y no solo las artimañas de la politiquería. Eso debe imitar la centroizquierda y centroderecha, hacer lo propio para no regalarle el poder dentro de tres años. Temer al RN y elevarlo al rango de “árbitro del gobierno” solo muestra la renuencia de las bancadas otrora dialogantes a recuperar la cultura de negociación que se espera de cualquier político al servicio del interés general.
¿Qué pasa realmente con Macron y la democracia? ¿Por qué se le hace cargamontón y por qué crecen los extremos? Un buen análisis nos viene del sociólogo Michel Wieviorka. En base a su primer gobierno, “Macron es un animal político, que ejerce el poder desde arriba hacia abajo apoyado en jóvenes tecnócratas. Un modernizador que quiere acabar con un 'viejo mundo' en ciertos campos carcomido. No representa un modelo, no existe el macronismo. Para mí, es un populismo singular, de arriba y del centro, que descansa en un discurso mítico que resuelve las contradicciones mediante la palabra. Un mito vuelto teoría y que cabe en tres palabras ('al mismo tiempo'), que sirve hasta donde se puede y cuando ya no, desencadena en la población una gran variedad de lógicas: estallido, rabia, desaliento, retraimiento social. Un populismo que tiene sus grandes expectativas en la relación directa con el pueblo, sin los intermediarios” (entrevista del 2/5/22). Ningunear a los cuerpos intermedios como, por ejemplo, los sindicatos, los representantes locales, las asociaciones, y preferir un sorteo de ciudadanos de a pie para la reflexión nacional sin que luego sus conclusiones pesen en la decisión presidencial, eso es percibido como una negación de democracia participativa. Fue el caso de la Convención Ciudadana sobre el Cambio Climático (2019). O del Gran Debate Nacional, también del 2019, abierto para salir de la crisis de los chalecos amarillos. Tres meses de una consulta acotada en torno a cuatro temas, con una participación mayormente filopresidencial que decepcionó mucho a dicho movimiento. Lamentó el politólogo Guillaume Gourgues que Macron hubiera hecho caso omiso a las conclusiones de ambas consultas.
La composición del gobierno tarda en llegar. Es probable que el elenco provenga de perfiles de segundo plano, pero de buena composición que, en otras circunstancias, no saldrían de la sombra en la que se mantienen. ¿Acaso los LR no eliminaron a Barnier en sus primarias de 2021? “Trabajaré con gran humildad y mucha determinación”, ha declarado. Barnier, un ego controlado.