Claire Viricel
Cumple 40 años Le cantique des quantiques (La Découverte, París, 1984), un trabajo de divulgación científica, francés, que explica con sencillez el mundo que hoy nos rodea. Obra conjunta de un periodista, Sven Ortoli, y un científico, Jean-Pierre Pharabod, su éxito inmediato fue tal que lo tradujeron a seis lenguas. ¿Por qué tal entusiasmo por un libro de física? Su lectura actúa como un despertar de la conciencia.
A lo largo de sus 185 páginas, los autores repasan minuciosamente los descubrimientos del siglo XX antes de reflexionar sobre sus implicancias filosóficas. Anteriormente, la fenomenología se explicaba por las teorías del electromagnetismo de Maxwell y la atracción universal de Newton. Dos nociones, las ondas y los corpúsculos, lo explicaban todo salvo dos cosas: los rayos ultravioletas y el efecto fotoeléctrico. Para resolver sendas excepciones, Max Planck postula en 1900 la discontinuidad de las ondas que explica los ultravioletas. O sea que la luz está conformada de paquetes discontinuos de energía —los quanta—, de quantum en latín (unidad de energía). Y es Einstein, en 1905, quien demuestra que los cuantos explican también el efecto fotoeléctrico. La estructura discontinua de la luz —un flujo de corpúsculos llamado fotones—, revoluciona la ciencia. Al nivel subatómico, las teorías de la física clásica se derrumban y se empieza a levantar los pilares de la física cuántica.
Algunos hitos. Niels Bohr establece los principios de correspondencia y luego de complementariedad (1927). Este último demuestra que una misma realidad puede tener dos expresiones distintas, un aspecto corpuscular y otro ondulatorio, que no pueden observarse al mismo tiempo. Werner Heisenberg, en 1927, establece el principio de indeterminación (o incertidumbre) de las partículas subatómicas: no se les puede atribuir una posición ni una velocidad en un momento dado. Y la no conmutatividad de las matrices de cuantos: AxB ≠ BxA. Louis de Broglie, por su parte, postula el paquete de ondas, que permite asociar a la partícula una onda. Y Erwin Schrödinger, en 1926, expresa la fórmula de la probable ubicación del cuanto (que no está nunca en un lugar fijo) —la función de onda—, que es pura matemática. ¿Qué es entonces la materia? Es energía colapsada.
Sin esta revolución científica, no tendríamos el láser, los superconductores, la esfera digital, internet, el teléfono celular, las redes sociales, el computador cuántico, esos supercalculadores que pueden tratar hasta ahora un trillón de operaciones por segundo y que generan nuestros modelos previsionales, disparan los avances científicos y tecnológicos consumiendo proporcionalmente muy poca energía.
En otras palabras, una realidad objetiva que no puede ser observada sino calculada; un observador cuya conciencia influye sobre la realidad volviéndose cocreador de esta; el universo tridimensional desplazado por el multiverso (universos paralelos) que se postula o inflacionario, con esferas cósmicas que se alejan entre sí al infinito, o cuántico, con esferas que se atraviesan unas a otras, he aquí algunas implicancias que acabaron con el materialismo mecanicista de nuestra civilización. Que tienen además al ser humano abrumado por el impacto sobre su ego y la prueba matemática de su trascendencia. Si recordamos que la decodificación del ADN humano arrojó que compartimos el 99% con el mono, queda muy poca materia para llenarnos de orgullo supino. Pero si fuera de fuente divina...
Los autores sugieren llamar “materialismo fantástico” o “materialismo de ciencia ficción” a este mundo nuevo. En consecuencia —acotan—, “el idealismo, que cree en la existencia autónoma del espíritu, regresa”. Ven emerger “una nueva religión” que llaman “sincretismo cuántico”, que “lo vincula todo, materia como espíritu, a un Absoluto incognoscible cuya existencia derivaría de los aspectos extraordinarios de esta nueva física”. Y concluyen con lo siguiente: “En este caso, nada prueba que dicho Absoluto estuviera bienintencionado con nosotros. Pero los espíritus religiosos rechazan este enfoque y la hipótesis de un Absoluto les sirve para resucitar las religiones tradicionales. Nada prueba que estén equivocados, tampoco que tengan razón. En todo caso, ahora todo es posible. Los componentes últimos del universo pueden estar enlazados entre sí pese a las distancias que los separan”.
El impacto más extraordinario de la mecánica cuántica es que nos lleva a la metafísica. A la conciencia. “A reconsiderar las religiones y la filosofía”. Las unas por su utilidad, la otra por sus intuiciones (el tiempo de Bergson). A una anhelada “teoría del todo” en el campo metaespiritual. Encumbra también el pensamiento oriental por su temprana conexión con la física cuántica. Pues son los Veda, un corpus de textos producido por los indoeuropeos de hace más de tres milenios a.C., que anunciaban la realidad cuántica (la raíz vid, en sánscrito, es sapiencia, o conocimiento sagrado). Son una revelación recogida por unos sabios videntes. Los textos se conservaban y transmitían oralmente mediante la recitación. Lo que los hindúes sabían desde tiempos milenarios, la supraconciencia, se ha podido documentar científicamente gracias a los principios cuánticos.
Uno de los primeros en cruzar los límites de la ortodoxia científica fue el físico Brian Josephson al interesarse por los fenómenos paranormales. Buscaba probar conexiones entre ciencia y conciencia (telepatía, memoria del agua, esta una propiedad hoy probada por el francés Marc Henry, en el 2020). Actualmente, los nuevos pioneros se han multiplicado y han fundado nuevas ramas del conocimiento, como la biología cuántica o la medicina alternativa. Deepak Chopra, médico indio-americano e inmenso autor, es uno de ellos. Define la supraconciencia como “el punto cero de la existencia” y celebra que el alemán Planck, en 1931, hiciera una afirmación védica al decir que la materia es un derivado de la conciencia (Cuerpo cuántico, 2024). Pues muerto el cuerpo humano, se extingue la conciencia neuronal mas no la superior, la cual le sobrevive en una dimensión post-mortem. Desconocerlo es avidya (a-vid-ya), concepto hindú que define la ignorancia metafísica, “la nesciencia, un no saber fundamental consustancial a la condición humana” (Neira, 2015).
¿Qué no podemos ignorar hoy? La trascendencia del ser humano. Uno de los medios probatorios concierne las experiencias cercanas a la muerte (ECM). De eso se encargó el médico cirujano español Manuel Sans Segarra, otro famoso pionero, intrigado por las experiencias desconcertantes de sus pacientes clínicamente muertos. Solo un flujo de energía independiente del cuerpo podía explicar que hubieran regresado al soma: una conciencia no neuronal. Tras sus investigaciones, cuánticamente, el cuerpo “es una energía de baja frecuencia; la mente, energía de alta frecuencia; y la supraconciencia, energía de altísima frecuencia cuyas propiedades son la omnipresencia, la omnisciencia y la omnipotencia” (Sans, 2022).
Desde otro campo del conocimiento viene una prueba más. La farmacóloga Julie Beischel, directora del Windbridge Research Institute en Arizona, EEUU, se ha dedicado a investigar la supervivencia de la conciencia después de la muerte. Para ello, se enfocó en la comunicación entre los difuntos y los médiums. Luego de 15 años de trabajo, ha demostrado que los médiums son capaces de recibir y entregar informaciones precisas y justas, sin que se pueda explicar aún el cómo. (Médiumnité: Quand la science confirme, Tredaniel, Paris, 2021). De paso, se confirma nuevamente la supraconciencia.
La física cuántica no conoce el espacio-tiempo de Einstein en el cual vive atrapado el ser humano, sino el no tiempo. La explosión de las terapias cuerpo-mente, como la meditación de conciencia plena (mindfulness), es sintomática de un humanismo recargado en energía.