El próximo 22 de noviembre será la primera vez que Argentina viva una segunda vuelta electoral en sus comicios presidenciales, teniendo en cuenta que el único antecedente de ballotage se registró en el año 2003, pero que no llegó a concretarse porque el ex Presidente Carlos Menem renunció a competir con Néstor Kirchner, quien logró proclamarse Presidente con tan sólo el 22% de los votos.
Ahora bien, contra todos los pronósticos emitidos por las encuestadoras, ninguno de los candidatos logró alcanzar el 45% o el 40% de los votos (con diez puntos de ventaja sobre el segundo) para alcanzar la Presidencia, tal y como lo dispone la Constitución Argentina. Digo ello ya que como se recuerda, hasta antes del domingo pasado, la pregunta que se hacían los medios era si Daniel Scioli lograría evitar la segunda vuelta ya que en todos los estudios de opinión la distancia entre él y Mauricio Macri era de 8 a 10 puntos a favor del primero.
Así, al término de la jornada electoral, y luego de conocidos los resultados oficiales (al 97%), las posiciones fueron las siguientes: El Frente para la Victoria de Daniel Scioli (36,86%), Alianza Cambiemos de Mauricio Macri (34,33%), Alianza Unidos por una Nueva Alternativa de Sergio Massa (21, 34%), Alianza Frente de Izquierda y de los Trabajadores de Nicolás del Caño (3,27%), Alianza Progresistas de Margarita Stolbizer (2,53%) y Alianza Compromiso Federal de Adolfo Saá (1,67%), respectivamente.
A la luz de estos resultados, es posible afirmar que la jornada electoral del pasado domingo constituye un duro golpe para el Kirchnerismo, ya que la distancia entre Daniel Scioli, candidato oficialista de centro-izquierda y gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Mauricio Macri, candidato opositor de centro-derecha y alcalde de la capital desde 2007 fue de apenas 2%.
Pero además de ello, el revés electoral del oficialismo es mayor si tomamos en cuenta que también perdió en la estratégica provincia de Buenos Aires, ya que María Eugenia Vidal, una de las principales figuras de Cambiemos, logró vencer al jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, a quien todas las encuestadoras daban como favorito, convirtiéndose en la primera mujer gobernadora en la historia y en la primera no peronista en ganar el principal distrito electoral de Argentina en casi 30 años (16 millones de electores).
Así, como bien lo apuntan los analistas políticos argentinos, mucho de lo que ocurra el próximo 22 de noviembre dependerá en gran medida de los electores de Sergio Massa (tercero en las encuestas). Sobre este punto, es preciso recordar que Sergio Massa fue el ex jefe de Gabinete de la actual mandataria, Cristina Fernández, además de ser diputado por el sector de centro-derecha del peronismo, quien luego de su paso por el Gabinete se convirtió en uno de los más feroces opositores.
En otras palabras, como suele ocurrir en todos los países en los que existe ballotage, el resultado final de estas elecciones generales dependerá exclusivamente de la capacidad que exhiban los dos candidatos a la hora de forjar y establecer alianzas con los diversos sectores políticos y sociales. Es más, ambos candidatos ya tomaron nota de ello, y por eso están articulando un discurso mucho más abierto y convocante que les permita presentarse como la mejor opción frente a ese sector de centro-independiente, menos ideologizado, al que más allá de las etiquetas políticas le interesa escuchar propuestas que garanticen bienestar y desarrollo para todos los argentinos.
En palabras de Daniel Scioli, el ballotage le dará la oportunidad al pueblo argentino de elegir entre una propuesta (la suya) que apuesta por la continuidad del desarrollo e inclusión social con una fuerte presencia del Estado en beneficio de las grandes mayorías, y la de Mauricio Macri, que se inclina por el libre mercado y políticas de endeudamiento similares a las implementadas en el pasado.
Para Mauricio Macri, en cambio, el ballotage le permitirá explicar mejor sus propuestas destinadas a reducir la inflación (que oscila entre el 25% y 30%, aproximadamente), como por ejemplo, la suscripción de acuerdos con los acreedores norteamericanos, la eliminación de las restricciones para la compra de dólares y aquellas que buscan corregir el tipo de cambio, las mismas que contrastan con las prácticas populistas que el kirchnerismo ha implementado durante sus doce años de Gobierno.
Pero más allá de la confrontación y de los ataques políticos que todo ballotage trae consigo, lo cierto es que ambos candidatos, al menos por ahora, han señalado que los resultados electorales les exigen una convivencia democrática, además de la obligación de buscar acuerdos y puntos de entendimiento para la adopción de políticas de Estado cuyo objetivo no sea otro que resolver los grandes problemas que padecen los argentinos.
Claro, es cierto que Daniel Scioli señaló que en la segunda vuelta se enfrentarán dos visiones de país, y que él es quien verdaderamente garantiza la continuidad de los logros alcanzados por el Gobierno en el campo de las políticas sociales; y que Mauricio Macri, respectivamente, afirmó que muchos de los que votaron por él lo hicieron no porque lo apoyan sino porque están hartos del Kirchnerismo y porque creen que él es el único que hará cambios. Frases y declaraciones que calientan la campaña electoral, pero eso no quiere decir que se trate de dos rivales cuya conducta personal vaticine la llegada de tiempos de permanente confrontación e inestabilidad política.
Es más, me animaría a decir, sobre todo luego de escuchar los discursos públicos de ambos candidatos, que cualquiera que sea el resultado del 22 de noviembre, quien llegue a la Presidencia en Argentina, tratará de imponer un nuevo estilo de Gobierno.
Ese ha sido, por ejemplo, el estilo impuesto por Mauricio Macri durante toda la campaña electoral, quien desde un inicio trató de acercar posiciones con sectores con los cuales parecía no tener ninguna coincidencia. Y también lo ha sido el de Daniel Scioli, que no sólo ofreció continuar con las políticas sociales del oficialismo sino también reconoció con humildad los errores cometidos en la gestión de Cristina Fernández, dejando de lado la soberbia y el ataque directo a los opositores, actitudes que fueron la marca registrada de la administración Kirchner.