Al término de un viaje de tres días a Rumanía, el Papa ha dedicado este domingo su último encuentro a la comunidad gitana de Blaj, en representación de la de todo el país, y ha pedido perdón por la larga serie de ofensas de los católicos a este pueblo a lo largo de la historia. Los gitanos suponen el ocho por ciento de la población rumana, pero la gran mayoría vive en condiciones desastrosas.
Naturalmente, el Santo Padre no se ha referido al abandono por parte del gobierno pero sí, y de modo muy explícito, a la discriminación practicada por los católicos durante siglos hasta tiempos recientes.
Francisco se desplazó al barrio gitano de Barbu Lautaru -el más antiguo de la histórica ciudad de Blaj y también el más pobre-, para visitarles en «su casa» y confesarles que «llevo un peso en el corazón».
Consiste, según Francisco, en «el peso de las discriminaciones, de las segregaciones y de los maltratos que han sufrido vuestras comunidades». Hablaba como Papa, pues «la historia nos dice que también los cristianos, también los católicos, no son ajenos a tanto mal».
En tono solemne les ha dicho: «quisiera pedir perdón por esto. Pido perdón, en nombre de la Iglesia, al Señor y a vosotros por todo lo que a lo largo de la historia, os hemos discriminado, maltratado o mirado de forma equivocada, con la mirada de Caín y no con la de Abel».
Según Francisco, «no fuimos capaces de reconoceros, valoraros y defenderos en vuestra singularidad. A Caín no le importa su hermano. La indiferencia es la que alimenta los prejuicios y fomenta los rencores. ¡Cuántas veces juzgamos de modo temerario, con palabras que hieren, con actitudes que siembran odio y crean distancias!».
Con toda claridad, el Papa ha dicho que «existe la civilización del amor y existe la del odio. Cada día hay que elegir entre Abel y Caín. No nos dejemos llevar por el odio que brota dentro de nosotros. Nada de rencor. Porque ningún mal resuelve otro mal, ninguna venganza arregla una injusticia, ningún resentimiento es bueno para el corazón».
En tono muy positivo, el Santo Padre les ha hecho ver que «vosotros como pueblo tenéis un rol principal y no debéis tener miedo a compartir y ofrecer esas notas particulares que os constituyen y que señalan vuestro caminar, y de las que tenemos tanta necesidad».
Se trata, en concreto, «del valor de la vida y de la familia en sentido amplio -primos, tíos...-, la solidaridad, la hospitalidad, la ayuda, el apoyo y la defensa de los más débiles dentro de su comunidad».
Y también de «la valorización y el respeto a los ancianos; el sentido religioso de la vida, la espontaneidad y la alegría de vivir. No privéis a las sociedades donde os encontréis de estos dones, y animaos también a recibir todo lo bueno que los demás os puedan brindar y aportar».
El Papa ha concluido invitándoles «a caminar juntos, allí donde estéis, en la construcción de un mundo más humano, superando los miedos y sospechas, dejando caer las barreras que nos separan de los demás, y favoreciendo la confianza recíproca en la paciente y siempre útil búsqueda de la fraternidad».
Era un mensaje fuerte para Rumania pero también para los cristianos de tantos países que cuentan con población gitana más o menos nómada. En toda comunidad hay elementos positivos y negativos, pero estos últimos no pueden convertirse en estereotipos o excusas para la discriminación.
El Papa había sido recibido por un sacerdote gitano, que le dio labienvenida «a la periferia de la periferia», representada por esa barriada pobre.
Pero también le ha confirmado el esfuerzo de la Iglesia por «salir al encuentro de estos hermanos y ofrecerles el Evangelio de la alegría. No podemos olvidar que el obispo mártir Ioan Suciu, beatificado hoy, jugaba muy a gusto a fútbol con los pequeñajos, precisamente en estas calles en que nos encontramos».