Punto de Encuentro

Qué aprender VIII

Qué aprender VIII

Dos tareas ciudadanas

Qué hacer este 2023 con nuestro país, tan desestabilizado, polarizado, amenazado de violencia y hasta de división.

Recordemos, las cosas no suceden solas.  Lo que uno hizo, hace o deja de hacer afecta lo que pasa. Otros deciden, pero cada uno actúa e incide en ciertos ámbitos.   

La vida no es justa.  

Todos ambicionamos vivir bien y prosperar en comunidades seguras.  Pero cada sociedad tiene su propia historia de abusos, negación de oportunidades y desequilibrios.

La ambición, la iniciativa, la curiosidad y creatividad, la laboriosidad y la disciplina producen esfuerzos para prosperar y crean soluciones para el desarrollo.

Pero la codicia y la poca responsabilidad sobre el futuro común crean miseria y degradan el planeta.  Han comprometido el ambiente y la sobrevivencia de las nuevas generaciones.

En cada sociedad y a nivel global hay esfuerzos y luchas para establecer el derecho, reducir desequilibrios y proteger el medio ambiente. Pueden ser luchas duras y violentas.

Es atractiva la idea de incendiarlo todo para comenzar de nuevo.  Pero es arrogante y estéril. La violencia, la envidia y la venganza no reducen la pobreza ni purifican el ambiente. Destruyen y matan.

Se debe emparejar las oportunidades de desarrollo y velar por los vulnerables. Perder talentos y malograr bienes y vidas por codicia o por violencia es cruel y estúpido.

La dignidad de toda comunidad y de cada cultura es que cada cual pueda satisfacer sus necesidades y desarrollar sus talentos para su bien y al servicio del bien común.

Para eso, todas las comunidades deben crear un fuerte sentido del deber.  Uno mismo debe revisar y fortalecer su sentido del deber. 

Una persona sin ambiciones ni laboriosidad se deja estar y no llega a emprender actividades valiosas.  No progresa ni ayuda a los demás.  No hay prosperidad si no hay ambiciones y se descuida el esfuerzo.

Sin sentido del deber la ambición degenera en codicia. Sin sentido del deber y respeto por los derechos ajenos, la sed de justicia se traduce en violencia y venganza.  Es decir, en dolor y muerte.

Un fuerte sentido del deber no elimina las diferencias de talento, motivación, productividad, inclinación al servicio, ni los gustos ni los defectos, pero crea la base para trabajar por el bienestar general.

Debemos reconocer y aprovechar cada oportunidad de hacer el bien a la comunidad y a la Patria.  Sin eso no hay grandeza personal ni colectiva. Hacer el bien es el criterio mayor.

Un amigo que es promotor comunitario me dice.

Todos tenemos influencia política, porque cedemos o negamos nuestro poder según nos parece que alguien podría o no resolver crisis y encaminarnos al desarrollo.

Todos podemos actuar en grupos que levantan problemas específicos o sugieren soluciones que inciden en la vida barrial, distrital, provincial o nacional.  Eso es acción cívica y es el deber de todos.

Todos podemos apoyar o censurar comportamientos y políticas públicas, en la medida en que aportan o dificultan el bienestar general y el desarrollo sostenible

No debemos quejarnos ni señalar culpables si no hacemos nuestra parte para que nuestra sociedad sea próspera y solidaria.  Una sociedad de bien vivir.

Los grupos barriales, los partidos políticos, los gremios, las iglesias, los movimientos ciudadanos, dan oportunidades para participar y amplificar nuestra opinión y nuestra voz para servir al bien común.

Un amigo ingeniero me explica:

No bastaría opinar, hay que actuar en los dos niveles:

  • el de hacer bien los deberes individuales y participar bien en las tareas colectivas y
  • el de promover políticas públicas para el desarrollo sostenible y cortar el camino a políticas de exclusión o no sostenibles.

Una dirigente comunal me indica:

No podemos informarnos de todo lo que ocurre, pero todos tenemos algo que nos interesa más, que es parte del bienestar general y que necesita un desarrollo sostenible.

Sin conocimientos básicos sobre lo que nos interesa, aceptamos promesas irreales y soluciones absurdas, somos fáciles de engañar. Por eso debemos informarnos e informar, si no, nos manipulan.

Una colega docente que enseñaba sicología me dice:

La pobreza y la inseguridad siempre nos llevan a buscar culpables y salvadores.  No debemos legitimar a quienes ofrecen cambios muy veloces o promueven resentimientos. Ilusiones y odios son tóxicos.

Hay creadores profesionales de relatos que explican cómo estamos y por qué estamos así y nos piden apoyo y poder para resolver y tomar venganza por lo que nos afecta. Pueden ser relatos para manipular.

Los que no crean unión y no coordinan esfuerzos para producir y construir, dividen y destruyen. Los resentimientos que promueven y las ilusiones que venden pueden envenenar varias generaciones.

Unos colegas jubilados me dicen:

Debemos reconocer signos de vida y signos de muerte en el campo que nos interesa, identificar agentes de solidaridad y desarrollo y agentes que nos dividen y destruyen bienes.

Esta es nuestra primera tarea ciudadana:

Asumir nuestro propio poder, informarnos bien, participar y controlar el uso que otros hacen del poder que tomaron o que les dimos.

La segunda tarea es obrar honestamente y hacer el bien siempre: producir, compartir, dialogar, construir riqueza, apoyar, consolar, agradecer, enseñar.

Sólo prospera en paz una sociedad donde todos cuidan de los demás, donde todos cultivan sus talentos y protegen el medio ambiente con fuerte sentido de deber y de servicio.

Varios parientes y amigos me han dicho que se sienten culpables e impotentes frente a la miseria.  Que la tarea de cambiar el mundo les queda grande.  La enormidad del desafío los desanima y acobarda.

Pero nadie debe creer ni exigir cambios instantáneos.  La historia toma tiempo y los cambios duraderos se consiguen de a poco. La violencia que acelera la historia puede ser un doloroso engaño.

Como dicen tantos migrantes y refugiados de países que vivieron revoluciones: el remedio fue peor que la enfermedad y nuestros queridos héroes se fueron transformando en sátrapas.

Cada uno puede y debe hacer su parte por el bienestar general porque los demás nos conciernen y no hay disfrute profundo posible sin solidaridad y sostenibilidad para reducir el dolor y la  miseria.

Cuidar a los hermanos, proteger los bienes comunes, aplicar y hacer crecer nuestros talentos nos hace dignos, más felices y valiosos como humanos.

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