La guerra arancelaria que ha emprendido el presidente norteamericano Donald Trump, ha remecido el suelo de los países latinoamericanos que dependen directa o indirectamente del mercado estadounidense. La imposición de su poderío frente al «gigante asiático», nos ha demostrado que no podemos enfrentarlo con una medida recíproca que no genere represalias en el «magnate neoyorquino».
En dicho sentido, la comunidad latinoamericana no ha emitido una posición defensiva que obligue al país norteamericano a negociar los aranceles que también le podemos gravar a sus productos. A lo lejos se oyen las voces de los presidentes Gustavo Petro Urrego (Colombia) y Luiz Ignacio Lula Da Silva (Brasil), quienes desde la IX Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), han propuesto ante el avance arancelario de la Casa Blanca y bajo la premisa de «abrirse más al mundo» (mucho cuidado con eso), el inicio de una serie de conversaciones con los potenciales enemigos comerciales de Washington.
Pero nuestra crítica no radica en las tenues y tardías acciones que tomarán los miembros de la CELAC, sino en las consecuencias de no haber emprendido una política estructurada y unilateral que suponga su aplicación inmediata ante los hechos de esta naturaleza, tal como lo ha hecho, por ejemplo, la Unión Europea. En ese extremo, la falta de un «frente único» latinoamericano, nos ha obligado a emitir diversas opiniones en torno a un problema concreto, a presentarnos ante los barones comerciales internacionales, como adolescentes apaleados que necesitan de la madurez económica de otros países para enfrentar las políticas arancelarias impuestas por Donald Trump.
No es fácil, sin duda, articular un consenso en una región de países distantes y fraccionados por diversas ideologías que han impedido el empleo de un diálogo prospectivo que trascienda más allá de las fotos y apotegmas de cada cumbre. En ese extremo, la tragedia arancelaria que fustiga a nuestro «pueblo continente» (el término es del filósofo peruano Antenor Orrego), nos impone el deber de reinterpretar, en función de nuestro «espacio y tiempo histórico», las máximas que planteó el gran maestro Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), respecto a la «unidad política de América Latina».
Para ello, la doctrina aprista de la «defensa continental» recomendó la coalición política de los Estados latinoamericanos que convengan con el «interamericanismo de América Latina». Bajo esta política, una «Indoamérica» fuerte podría ser el mejor aliado comercial de las tierras del «tío Sam». Pero también podría ser un bloque comercial que tenga la capacidad de negociar de «poder a poder» con la Unión Europea y con China sin que esto menoscabe nuestra soberanía y nuestras riquezas naturales.
Mientras esto no se entienda o no se ponga en una agenda latinoamericana a largo plazo, Trump y sus sucesores, ahora; la Unión Europea o China, después; seguirán imponiendo sus intereses «imperialistas» a una América Latina desperdigaba y dependiente del capricho comercial de sus «patrones expansionistas». De manera que, es menester de «nuestros partidos, […] enmendar equivocadas direcciones y reconocer como lema inicial de sus idearios el postulado de la acción conjunta de los pueblos indoamericanos por la unidad política y económica de los Estados de Indoamérica» (Haya de la Torre, 1984, 247).
En tanto esto no ocurra, los «indoamericanos» estaremos condenados a continuar enfrentando este tipo de circunstancias con acciones improvisadas que podrían poner en riesgo las relaciones internacionales de nuestro «pueblo continente».