Como viajeros en el camino de la vida, a menudo intentamos encontrar un sentido a nuestra existencia. Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar, ¿cuántas vidas realmente logran alcanzar ese llamado "sentido"? Entre la multitud de seres humanos, una persona puede cruzarse con miles de otras a lo largo de su vida, pero esa “empatía total” que anhelamos con otra persona casi nunca existe. Lo que puede darse es una empatía en momentos específicos, aunque pasajeros, o un consuelo mutuo dentro de las limitaciones humanas. Sin embargo, el trayecto de la vida o los dolores que sentimos a lo largo de ella rara vez causan resonancia en quienes no están relacionados con nosotros. De lo contrario, ¿cómo se explicarían las quejas de tantas personas sobre la dificultad de encontrar un “alma gemela”?
Al final, todos somos pasajeros en la vida; por muy brillantes que seamos, tarde o temprano caerá el telón. El general Zeng Guofan (1811-1872), uno de los altos funcionarios más poderosos en la China de su tiempo, recibió una carta de un pariente de su pueblo natal. En la carta, el pariente describía una disputa con un vecino por la construcción de una pared y pedía a Zeng que interviniera para darle una lección al vecino. Zeng Guofan, con una sonrisa, respondió con un poema:
"Una carta enviada desde miles de millas, solo por una pared;
Cede tres pies, ¿qué importa?
La Gran Muralla aún permanece hoy;
¿Dónde está el emperador Qin Shi Huang(259 a. C.-210 a. C., primer emperador en China)?"
La autenticidad de esta historia no es lo importante, sino la lección que transmite: muchas cosas que hoy consideramos de suma importancia pueden parecer insignificantes en retrospectiva. Además, las diferentes perspectivas hacen que, en muchas ocasiones, no existan un bien o un mal absolutos.
Entonces, ¿el hecho de que la vida tenga un final significa que no debemos esforzarnos? Evidentemente, no es así. En mi opinión, la esencia de la vida es, en sí misma, una experiencia. Aunque la mayoría de las personas, por diversas razones, están destinadas a llevar una existencia ordinaria, si tenemos la oportunidad de vivir una vida diferente y exitosa, debemos esforzarnos al máximo para alcanzarla. La vida es un viaje de ida, y lo único que podemos llevarnos son los recuerdos, nada más. Muchas personas se obsesionan con las ganancias y las pérdidas materiales; yo, en cambio, tengo una sensibilidad limitada hacia ellas y pocas ambiciones. El ayer es el presente del pasado, el mañana es el presente del futuro. En la vida, más allá de experimentar el presente, no hay otra opción.
En esta ocasión, al participar en las actividades del APEC, tuve la suerte de acercarme a muchas personas destacadas, pero no las veneré por ello. Al mismo tiempo, también observé a muchas personas comunes que trabajaban arduamente para apoyar el evento, y sus esfuerzos me inspiraron el mismo respeto. El estatus de una persona puede variar según su destino o talento, pero como individuos, todas las personas deben ser iguales. Cuando ocurre un accidente aéreo, da igual si estás en primera clase o en clase económica; el destino no hace distinciones. Como seres humanos, la riqueza o la pobreza, el estatus alto o bajo, no afectan la inevitabilidad de la muerte. Sin embargo, si alguien logra mantener una actitud de "ayudar al mundo en tiempos de prosperidad y mantenerse íntegro en tiempos difíciles", independientemente de su condición, siempre podrá contribuir a la sociedad.
En última instancia, el significado de la vida está íntimamente ligado a la experiencia del presente. Si en este momento sientes que algo tiene sentido, entonces lo tiene; si sientes que carece de sentido, probablemente sea porque no te has enfocado plenamente en el presente que estás viviendo. Cada experiencia en la vida tiene su valor, y la clave está en cómo la percibes y defines.