Autor: Silvana Pareja
A lo largo del tiempo, las universidades han evolucionado desde ser instituciones dominadas por el conocimiento religioso hasta convertirse en centros de formación profesional, pero su misión original de fomentar el pensamiento crítico y la participación ciudadana ha quedado en el segundo plano en la actualidad. Desde sus primeros días, como en el caso de la Universidad de Bolonia en 1088 o la Universidad de París en 1150, las universidades desempeñaron un papel crucial en la formación de mentes capaces de abordar las complejidades sociales y políticas de su tiempo. Aunque en un inicio estuvo bajo la influencia de la Iglesia, lentamente comenzó a explorar cuestiones más allá de lo religioso, sembrando las primeras ideas sobre el pensamiento democrático.
Durante el siglo XX, especialmente en contextos autoritarios, las universidades se convirtieron en baluartes de resistencia y en foros donde se discutían temas cruciales para la vida pública. Un ejemplo destacado en América Latina es la Reforma Universitaria de 1918 en Argentina, la cual abrió las puertas a la autonomía académica y la participación estudiantil, marcando un antes y un después en la educación superior.
Sin embargo, en las últimas décadas, ha surgido una tendencia preocupante: las universidades han cambiado su enfoque hacia la formación técnica y profesional, descuidando su papel en la formación de ciudadanos críticos y comprometidos con la democracia. Este cambio responde en gran parte a las demandas del mercado laboral y los avances tecnológicos, los cuales han impulsado una visión más utilitaria de la educación superior. El valor del conocimiento parece medirse ahora en términos de empleabilidad, mientras que la enseñanza de valores cívicos y democráticos ha sido relegada.
Esta transformación ha traído consigo un debilitamiento en la capacidad de las universidades para formar individuos capaces de participar activamente en el debate público y de cuestionar las estructuras sociales vigentes. El enfoque exclusivo en la capacitación profesional ha reducido la preparación cívica de los estudiantes, lo que afecta directamente la calidad de su participación en la vida democrática. Aunque muchos egresados son competentes en sus campos, carecen de las herramientas necesarias para involucrarse de manera reflexiva en los procesos políticos y sociales.
Ante este escenario, las universidades enfrentan un desafío crucial: recuperar su función original como formadoras de ciudadanos, además de profesionales. Para lograrlo, es necesario rediseñar los planes de estudio, integrando de manera efectiva la ética, la política y la responsabilidad social en la formación académica. Solo así podrán formar individuos con un compromiso profundo con el bien común y capacitados para actuar como agentes de cambio en una sociedad más justa y equitativa.