Por Antero Flores-Araoz
Desde siglos atrás, las universidades preparan profesionales a los que después de los estudios, pruebas, exámenes, investigaciones, tesis y calificaciones, según los casos, les extienden el correspondiente grado académico y la respectiva licencia o licenciatura para el ejercicio de la profesión elegida.
En sus inicios el primer grado fue el bachillerato, base para el otorgamiento de la licenciatura y, con el tiempo las universidades agregaron estudios adicionales para otorgar doctorados y, más adelante, previo a los doctorados fueron necesarios los estudios de maestrías, para merecer el grado de magister o maestro.
Si bien es cierto que las licencias autorizan el ejercicio de la correspondiente profesión, se ha ido haciendo costumbre que algunos empleadores, además de ella exijan grados de maestrías y/o doctorados, exigencia que también se dispone en la Ley Universitaria hasta para dictar los cursos de pregrado. Entendemos la exigencia del posgrado para dictar clases de tal nivel, más no para el nivel inicial al que también usualmente se le conoce como pregrado.
Cotidianamente observamos, sobre todo en la administración pública, la exigencia de ostentar grados superiores al bachillerato para infinidad de posiciones laborales, cuando ya se tiene la respectiva licenciatura, que no es otra cosa que la autorización de la universidad para el ejercicio de la respectiva profesión. Si se tiene la autorización en cuestión, no tiene sentido la exigencia adicional.
Los grados superiores al bachillerato, pueden ser causa de que se otorguen bonificaciones en los puntajes de los concursos públicos para asumir determinados cargos o posiciones, como también podrían conseguirse con la experiencia aquilatada y acreditada.
Los conocimientos adicionales a los obtenidos en los estudios de licenciatura pueden ser muy importantes, pero también lo es la experiencia. Como bien se dice, una cosa es el entrenamiento y otra muy distinta es estar en la “cancha”. Recordemos simplemente la trayectoria de quienes sea en la escuela sea en la universidad, tenían las mejores notas, pero en la vida real ello no los hacía necesariamente exitosos, lo que si lograban quienes sin tener tan altísimas calificaciones estudiantiles, estaban mejor formados y preparados para enfrentar los retos de la vida real y son reconocidos como profesionales de éxito.
Llama muchísimo la atención que los colegios profesionales, frente a los concursos de méritos que son anunciados cotidianamente en los medios de información, en que además de las licenciaturas se exigen grados superiores, no alcen su voz de protesta como entidades gremiales, defendiendo a quienes tienen la licenciatura, que insistimos es lo que acredita la solvencia y autorización para el ejercicio de las respectivas profesionales.
Lo expuesto, por cierto, no debe inhibir a solicitar mayor solvencia y estudios especializados, cuando hay necesidad del conocimiento de la especialización, pero ello no es lo regular sino lo singular.
Algo ya se ha conseguido, al quitar el absurdo límite de edad, para la enseñanza universitaria, lo que significa el reconocimiento de la experiencia, que insisto es tan importante como los pergaminos.