Emil E. Cioran es ese maldito yo mismo que determina mis experiencias vital y escritural. Es así: Cioran murió en 1995 para que Latinoamérica y San Marcos lo recepcionaran, y para que algunos jóvenes de la generación de los noventa nos convirtiéramos a su pensamiento vitalista y a su escritura fragmentaria. Casi treinta años después puedo decir que soy articulista de opinión, sobre política y cultura, porque el Maestro rumano francés determinó mi forma de pensar y escribir. Por supuesto, determinó también mi forma de mirar y de mirarme. En palabras de Cioran: La mente es un mirón, que se mira a sí misma, y se repliega en “su propia vacuidad”. Este artículo es el intertexto de uno de los libros de Cioran, que le dan parte de su título. Aquí la referencia bibliográfica: Emil Cioran (2024). Ese maldito yo. Barcelona: Tusquets Editores. En verdad, Cioran fue un gran hermeneuta. Para él todo era teoría, todo era lenguaje. Por eso escribió: “No se habita un país, se habita una lengua. Una patria es eso y nada más”. Su obra giró en torno a grandes temas propios de los cánones de la filosofía, la historia y la literatura, como a temas subalternos. Entre estos últimos, por ejemplo: El fracaso, al cual le dedicó principalmente sus libros Silogismos de la amargura” y La tentación de existir. Escribió sobre lo que podría ser la metodología del fracaso: “Fracasar en la vida… no es tan fácil: se precisa una larga tradición, un largo entrenamiento, el trabajo de varias generaciones. Una vez realizado este trabajo, todo va de maravilla”. Por ejemplo: El escepticismo, al cual le dedicó especialmente su libro La tentación de existir. Escribió lo que también podría ser una metodológica del suicidio, pues sostiene que éste debe permanecer como una idea fija en constante aplazamiento. Es que, en verdad, él está en contra del acto del suicidio, porque lo que hacen es truncar un destino, en lugar de coronarlo. Para Cioran, desde el abismo que lo habitó, la pérdida del sentido de la vida no es una razón para morir, sino que, por el contrario, es una razón para vivir. Nos enseñó a vivir la tristeza, e incluso el pesimismo, como experiencias movilizadoras, o estados de ánimo que también pueden ser mecanismos que impulsan la escritura creativa.
Dice que “Siendo el hombre un animal enfermizo, cualquiera de sus palabras o de sus gestos equivale a un síntoma”. Efectivamente, en la lectura de Cioran, y en toda la relación con él, está presente un psicoanálisis. Cioran dice “Es imposible pasar noches en vela y ejercer un oficio: si en mi juventud mis padres no hubieran financiado mis insomnios, me habría seguramente liquidado”. Vivió en soledad; aún acompañado, vivió en soledad: Por supuesto, no tuvo vida pública, pues no quiso ser “un bufón”. Félix de Azúa cuenta que, en cierta ocasión, Cioran le dijo que París nunca había estado más hermosa, en coincidencia con una huelga de barrenderos que produjo una gran suciedad. Cioran cultivó la filosofía del fragmento. Pensó y escribió como lo hacían Nietzsche y Wittgenstein. Susan Sontag, en Estilos radicales, dijo: “El tema de Cioran: ser una mente, una conciencia sintonizada con la nota más aguda del refinamiento”. Cioran dijo se sí mismo: “Soy un filósofo aullador. Mis ideas –si ideas son– ladran: no explican nada, estallan”. Cioran permaneció como alumno eterno. Estuvo matriculado en La Sorbona hasta los 40 años. Creo que por aquel tiempo leí que, a aún a esa edad, él iba al comedor universitario. Fingió que hacía su tesis para permanecer en la universidad. Cioran fue un intelectual libre: En Adios adiós a la filosofía, dijo de sí mismo que no era filósofo. En todo caso, no fue filosofo puro, como Kant. Cioran le sacaba provecho reflexivo a cada instante de la vida. Hoy, imagino a Cioran en San Marcos, como alumno eterno de la escuela de filosofía en los noventa, yendo al ágora de la Plaza San Martín para escuchar en silencio (ese otro gran tópico suyo) los debates de los pensadores libres. Emil E. Cioran, el maestro del aforismo, de la prosa, es ese maldito yo mismo que me hace vivir y escribir.